IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA

IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA
Iglesia de San Pablo (ÚBEDA)

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lunes, 25 de junio de 2018

PRIMER PREMIO DE MICRORRELATO


·Esteban Torres, Raúl Clavero y Alberto Muñoz, premios del V Concurso de Microrrelato Valle de Cayón


La Biblioteca Pública Municipal 'Jerónimo Arozamena' de Sarón (Cantabria) acaba de publicar el fallo del V Concurso Internacional de Microrrelato 'Valle de Cayón', emitido por el jurado el lunes 18 de junio y hecho público ayer en la entrega de premios.

• Primer premio (450 €): 'El quiromante miope', de Esteban Torres Sagra

• Segundo premio (150 €): 'Veintisiete', de Raúl Clavero Blázquez

• Tercer premio (150 €): 'Infalible guadaña', de Alberto Muñoz García

(21/06/18)



El quiromante miope, de Esteban Torres
Cuando se rompió el espejo recordé sus palabras agoreras al leerme la mano, antes de que se la retirara: "...tiene una raya de la vida superficial y muy corta, y dentro de poco le parecerá que el mundo se hace añicos ante sus ojos..." por eso entendí que se había cumplido al dedillo la segunda parte de su predicción.
Desde entonces he estado reuniendo valor para intentarlo de nuevo, y hoy, noventa días después de la rotura especular, he vuelto para que detallara -en vista del éxito anterior- el poco tiempo que me resta en este mundo.
Él no se acordaba de mí y, al ojear mi palma, ha dicho: "...su línea de la vida es larga y profunda: morirá muy, muy viejo..."
Y yo, por mi propio interés, no he querido decirle que estaba leyendo la cicatriz que me produjo el espejo al romperse.

martes, 15 de mayo de 2018

SEGUNDO PREMIO DE POESÍA EN MÓSTOLES

Mi poema "LA GÉNESIS" ha sido distinguido con el segundo premio de la ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE AMIGOS DE LA POESÍA, en Móstoles (Madrid)


jueves, 10 de mayo de 2018

PRIMER PREMIO DE RELATO EN ÓRGIVA

Mi relato titulado "EL MÉTODO NÁJERA" ha sido galardonado con el PRIMER PREMIO "JOSÉ RODRÍGUEZ DUMONT" en el certamen del mismo nombre organizado por el Ayuntamiento de Órgiva (Granada)



EL MÉTODO NÁJERA                     

Corroboro que recibimos ayer una llamada a las tres y cuarto de la tarde, tal y como he hecho constar en el informe. Mi compañero y yo nos desplazamos a la calle Miranda, a la altura del número 15 con el coche patrulla, como tantas otras veces. Tardamos apenas tres minutos en llegar porque a esa hora no suele haber tráfico, como sabe usted. Allí nos aguardaba un par de abuelos muy amables, sobre todo él, bien porteados y sumamente simpáticos. Ella vestía un abrigo de pieles, como de visón, iba muy maquillada y se adornaba con algunas pulseras que me parecieron valiosas a simple vista, igual que el collar y los pendientes, todo a juego. También exhibía un bolso negro enorme que llamaba la atención por su tamaño. El señor lucía un traje gris con raya diplomática y un bigotito muy cuidado, camisa blanca impecable con gemelos de brillantes, corbata granate con alfiler compañero a los gemelos y un maletín de piel marrón, de marca, nuevo a estrenar.
Nos saludaron en la puerta de la Joyería Nájera e incluso el hombre nos mostró su carnet de identidad sin nosotros pedírselo para identificarse: Se llamaba Alberto, Alberto Nájera, pero no recuerdo haber leído el segundo apellido porque creo que lo tapaba con su dedo pulgar. Dijo que nos había llamado para que estuviéramos presentes cuando saltase la alarma del establecimiento, pues había olvidado la contraseña del dispositivo así como el lugar en el que podrían estar las llaves de la cancela de seguridad y necesitaba urgentemente acceder al inmueble por un asunto indemorable. Por eso, junto a ellos, aguardaba un cerrajero con toda clase de sopletes y artilugios, llaves y palancas, junto a su furgoneta, una Fiat Ducato bastante vieja. Tras nuestro consentimiento, el profesional se dispuso a cortar la cerradura, no sin mucho esfuerzo, hasta que consiguió, por las bravas, franquear el acceso a la joyería. Al instante sonó la alarma, como había predicho el señor Nájera, quien no pudo desactivarla a pesar de varios intentos parsimoniosos tecleando sobre la centralita. Achacaba a su edad la falta de memoria y aducía que el que se encargaba de estas cosas normalmente era Víctor, Víctor Nájera, su pariente y socio, a quien yo conozco de vista aunque no sabía nada de su familia, pero que había tenido que emprender un viaje urgente por enfermedad. El hombre se excusó mil veces por molestarnos y, durante el trasiego de la cancela, hizo comentarios sobre lo mal que pintaban los negocios como aquél por la inseguridad y la crisis, que cada vez la gente compra menos mercancía y roba más, y que los autónomos están muy desprotegidos porque todo el mundo se piensa que son ricos y que se pasan el día de restaurante en restaurante. Al cabo llegó una patrulla de la Local, atraídos por la sirena y por el grupo de personas que curioseaban por los alrededores. Los saludamos y les dijimos que podían marcharse, que estaba todo controlado. Escuetamente les explicamos la situación y se sonrieron con complicidad al ser saludados por don Alberto, quien no escatimó en disculpas. Cuando acabó el cerrajero, el señor Nájera le pidió la cuenta por su trabajo, que ascendía a noventa euros, y le alargó un billete de cien. Le agradeció la diligencia y la profesionalidad y le dijo que se quedara con la vuelta como propina. Es más, incluso le encargó que volviera con una cerradura igual a la que acababa de destrozar para sustituirla antes del cierre, pues la joyería no podía quedarse abierta después de las ocho y media, como es lógico. También llamó, en nuestra compañía, a los de las alarmas desde el móvil y les expuso el problema, invitándoles a reactivar el dispositivo lo antes posible.  Una vez más se ofreció para lo que necesitásemos y nos obsequio con unos vales para descontar un treinta por ciento de rebaja en el precio de cualquier artículo de la tienda y, tras reiterarnos la importancia de nuestro trabajo y la prontitud con la que habíamos acudido a su demanda, nos despedimos afablemente quedando a disposición mutuamente.
Ya no volvimos a saber nada de ellos hasta que a eso de las cinco recibimos otra llamada, esta vez del verdadero dueño de la joyería, don Víctor Nájera, denunciando el robo de la misma.
Comprenda, señor Comisario, que el modus operandi, de puro simple, nos ha cogido desprevenidos a Gutiérrez y a mí, aunque entiendo que debe ser difícil explicarle al joyero nuestra negligencia y ahora mismo debemos ser el hazmerreír de toda la Policía. Y sí, ya he comprobado en los archivos que hay treinta y cuatro joyerías llamadas Nájera en España, y que once de ellas han sido desvalijadas en los últimos meses con el mismo método por don Alberto y su señora.                                                   


FIN








miércoles, 2 de mayo de 2018

POEMA PREMIADO EN INIESTA

A continuación reproduzco el poema titulado "CUIDADO CON LO QUE DESEAS" galardonado con el primer premio del 
XXVIII CERTAMEN DE POESÍA 
"VILLA DE INIESTA".

CUIDADO CON LO QUE DESEAS

                                                                                                         

                                                                               
Siempre hay un ministerio,
un despacho recóndito en una galería interminable de pasillos,
al final de un laberinto sin señales;
una oficina de atención al público en un edificio obsoleto
-en esto se igualan las monarquías con las repúblicas
y empatan las dictaduras con las democracias-
donde solicitar un árbol, una deforestación, una poda, un escarmiento…
la concesión administrativa del romanticismo o la piedad,
permiso para construir un balneario en la azotea de una casa
o autorizaciones para abrir zanjas al despecho;
empedrar los carriles por los que pasea la desnudez núbil
o instalar depósitos de cristal inoxidable
donde desagüe la envidia el licor que recoge;
rastrillar barro -simple barro, arcilla vulgar, tierra dúctil-
esa substancia emérita con la que moldean sus sueños
las gentes que se obstinan en burlar la existencia
a golpes de espátula o pedaladas de torno.
Siempre hay una ventanilla adonde van los idealistas
en  países que apuran su gama de acuarelas cada tarde
e invitan a café a los foráneos,
para registrar el argumento de alguna fantasía ingobernable
o la fórmula secreta de un sentimiento sin patente.
Se accede tras una larga espera –desayuno y otros imponderables-
a un funcionario de segunda que archiva despacio sus musarañas
y te requiere una póliza,
y te exige fotocopias compulsadas de tu alijo,
hasta que descuelga un sello de su metálica estructura,
catenaria nimia heredada de otras épocas,
y por fin estampa el caucho, con indisimulada ira,
en la frente de tu folio.
Y ya está.
Ya sólo resta esperar las firmas oportunas
que aceleren o retarden el proceso administrativo,
los vistos buenos de la jerarquía
-y pueden pasar muchos meses de silencio burocrático-
las decisiones que aprueben lo que pides
para que te sientas confortado y recuperes
el gusanillo rojo de todo autodidacta.

Morirán más de cien días,
manará en los pozos clausurados agua joven,
la noche parirá cañaverales rubios en charcos relucientes
y esparcirá su sombra en las espigas hasta quedar hecha jirones;
se derretirán las velas en la iglesia que frecuentas,
ebrias de amarillo,
canjearán cromos de la nueva temporada los niños caprichosos,
y hasta el amor puede bendecirte en una esquina
o en una calle llena de autobuses -¡escúchame bien, el amor!,-
en el momento que menos te lo esperes,
mientras pasan borrascas desabridas y tediosas
sin guión, sin esperanza, sin resumen,
por el cielo de tus propósitos legales
y las dudas vomitan en la acera de las pretensiones
los excesos de su hartazgo.

Un mensajero, cuando ya ni te acuerdes,
cuando el olor maduro del durazno
dé sus brochazos sobre los portones,
pulsará el timbre de tu casa bajo un sol de bayonetas
y al abrirle, vestido con ropa informal y macilenta,
te entregará una carta, un bulto chico, no sé…
¡un gran paquete!.
Por eso ten cuidado con lo que ahora solicitas
y atempera bien el acervo de tus ilusiones:
Esta vez fue un sobre con semillas de esperanza
lo que te llegó del Ministerio,

pero otro día pueden aprobarte cualquier cosa.

domingo, 29 de abril de 2018

RELATO PREMIADO EN EL "HELÉNIDES DE SALAMINA"




 Un auténtico placer recibir el premio de relato 
"HELÉNIDES DE SALAMINA"
por mi texto 
"LA BURBUJA"
en Casar de Cáceres 
el pasado sábado 28 de abril. 



                          LA BURBUJA.                                

Todo empezó cuando Ekall eligió un sitio a las afueras del poblado, allende las palmeras centenarias, para erigir la cabaña de sus sueños. Estaba alejado del centro, la verdad,  a unos doscientos pies más o menos grandes de donde vivía el jefe de la tribu, Kimyo, que significa “Ki Mando Yo”, pero con el carro-taxi tirado por un cebú que hace de transporte público, se podía tardar, como mucho, un par de minutos en el viaje. Así que no le dio importancia al asunto de la lejanía y comenzó a talar bambúes y pimpollos de sicomoro para enjaretar el primer armazón de su vivienda, algo arcaica y sin excesos, ya que a pesar de la tasa de paro de la aldea, que rondaba el seis por ciento según la última EPA (Encuesta de Población nAtiva), pues a Basir le mordió una hiena en el calcañar y estaba de baja con un parte del curandero y Kambusi sufría intoxicación por comerse el intestino descompuesto de un lagarto, la cosa podía ir a peor si las gacelas tomaban las de Villadiego y se iban buscando pastos más septentrionales, o los barbos con rayas lilas, especie endémica, sufrían otra epidemia de moquillo y fenecían a cientos, como el año de marras. Por eso Ekall se autoimpuso la austeridad como norma.
         El lugar tenía vistas a la selva desde su pequeña atalaya, y por el otro lado a la zona de expansión natural, en la que tenía proyectado construir Nueme, en un futuro próximo, un cobertizo para que durmieran sus suegros y evitar los ronquidos en sus esporádicas visitas, a modo de incipiente motel de carretera: con agua corriente, (estaba al lado del arroyo), camas ecológicas de uno cincuenta por cinco pasos (de hojas de palmera) y otros lujos, como paja arrocera en el suelo y asientos de tronco forrados de leopardo, con pieles de antes de que su esposa se hiciese  ecologista.
        
La casa, orientada hacia el sur, llamaba la atención de los vecinos, que hasta entonces no habían reparado en la idoneidad del sitio para construir. Y a medida que progresaba su rudimentaria arquitectura iba siendo la envidia de cualquiera. Por eso el hijo del jefe Kimyo, pidió a su padre que se la regalase como dote para sus próximas nupcias. Ekall se enteró por los rumores del interés del cacique por su choza y se negó en rotundo a cambiarla por dos cabras, un avestruz enano y una vieja chimpancé instruida para espantar a las zarigüeyas. Sin embargo, se dejó caer por sus inmediaciones el taimado Komi, que en el idioma ancestral quiere decir “El Que Va A Komisión” y le explicó lo provechoso que podía resultarle aquel trato si le exigía también al comprador que le nombrase miembro del Consejo de Ancianos, no en balde Ekall rondaba ya los veinticinco, y que le hiciese el encargado del PGOU, es decir, “el que autoriza edificar en los solares públicos y convierte los parques de jirafas en centros comerciales para el trueque y en campos donde practicar el lanzamiento de ubres de búfala rellenos de estiércol, el deporte local por excelencia”.  El precio final, con la intermediación de Komi, superó con diferencia las previsiones más optimistas del vendedor y la gente del poblado se llevaba las manos a la cabeza al enterarse del mismo, pues nadie entendía cómo podía pagarse aquel capital por una vivienda en las afueras. Kimyo tuvo que pedir un préstamo a Bhotyn que significa “El Que De Verdad Manda”. Le prestó tres carneros de Antioquía a devolver en cien lunas, con el incremento de dos perdices australes cada siete, por lo que el jefe tuvo que trabajar por las noches en un espectáculo tribal en las turísticas ciudades próximas de Ben y Dorm para afrontar su compromiso.
         Ekall convenció a su amigo de la infancia, Seoane, para que se asociara con él en el negocio inmobiliario. Debía aportar su búfalo dócil y el carro de cañas, con sus atalajes correspondientes, a la empresa común. Pronto comenzaron a desbrozar la selva de la parte norte para levantar tres pequeñas residencias, las cuáles vendieron sobre plano (de papiro) antes de comenzar a edificarlas, con lo que sacaron veinte cerdos de cría, trece gallinas de Borneo, nueve cabras de pelo rojo y un íbice, que no servía para nada. Tuvieron que contratar a cuatro niños de seis años para que cuidaran del ganado y a dos hombres fuertes para poder entregar las viviendas en el plazo previsto.
         Su siguiente proyecto encontró la oposición del Consejo de Ancianos, porque, entre otras cosas, debían desviar el curso del riachuelo que abastecía a Kombeze, su aldea, la aldea que estaba creciendo más en aquella estación seca que en las diez últimas. Regalaron una cerda preñada al jefe Kimyo, que se puso de su parte de inmediato y convenció a la Asamblea de la conveniencia para la artesanía y el comercio locales de aquella obra. Hubo que adiestrar dos elefantes para acometer el trasvase y transportar madera. Seoane tuvo la idea de ahorrar materiales en las nuevas urbanizaciones y logró casi un treinta por ciento menos de gasto, con lo que el beneficio sería mayor, aunque las estructuras más enclenques, pero nadie lo notaría, a no ser que se moviera la Tierra por un enfado del Dios Sismo. Fueron quince bungalows adosados con vistas a un pequeño lago artificial poblado de flamencos, grullas coronadas y algunas gallinetas, y a un campo de lanzamiento de ubres, por lo que todos los hacendados de la tribu quisieron disponer de una segunda vivienda en propiedad en aquel paraíso. Ya contaban con veinte hombres trabajando a turnos. Tuvieron que venir de otras aldeas oficiales y peones, que para ahorrarse el desacarreo de dos horas andando cada mañana y cada tarde, comenzaron a interesarse por las viviendas de segunda mano, las que quedaban libres tras adquirir sus propietarios una nueva, por lo que este mercado supuso un nuevo empuje para la economía local. Poco a poco los sueldos subieron en la construcción hasta casi lo inconfesable, por lo que los pescadores de barbos con rayas lilas, la especie endémica, y los cazadores de gacelas fueron aprendiendo el oficio e incorporándose a la nómina de EKASESA, la empresa  original: EKAll y SEoane, Siempre Amigos. La prosperidad se instaló en Kombeze y como había muchos semovientes para el canje, se disparó la demanda de los servicios y, arrastrados por ella, los precios de todo. Bhotyn alquiló una céntrica cabaña como sede central de su BANKO, que así se bautizó en suajiri a este modo novedoso de hacer fortuna y que viene a significar “Beneficiarse A Nuestra KOsta. Pronto no quedó nadie que no se hubiese comprometido con un préstamo de 200 ó 300 lunas en todo el valle del río Oouala.
         Al brillo de las finanzas, las nuevas construcciones constaban de dos alturas, dejando la planta de abajo como local en alquiler para los comerciantes y artesanos que llegaron de otros pueblos menos prósperos y que estaban dispuestos a pagar una piel curtida de castor o el hígado de un armadillo cada luna. Se conformó un sistema casi perfecto en el que los elementos de trueque más codiciados, como las cabras de leche rojas y los colmillos de rata almizclera, circulaban de mano en mano a velocidad de vértigo. La propia compañía de Ekall advirtió la necesidad de las gentes de gastar sus fungibles en cualquier sibaritismo y probó con una casa de comidas, donde se servía a diario solomillo de antílope al aroma del marsupial sobre cama de frutas caramelizadas, o criadillas de rinoceronte negro aliñadas con hierbas aromáticas y virutas de coco, siendo el jefe de cocina un viejo caníbal reconvertido, con mucha experiencia en la preparación de la carne, de una tribu casi desaparecida. En vista de su éxito y de su lleno casi diario, los dirigentes de EKASESA abrieron también un concesionario de potentes cebras mansas, para los potentados, y de burritos pigmeos, para sus señoras, pensados para pequeños desplazamientos en el casco urbano y fáciles de aparcar, ambos con aguaderas grandes para cargar las compras del ultramarino y que consumían solamente un par de zanahorias crudas y un  balde de agua cada mil metros. En muchas casas se contrató a una o dos internas, muchas sin derecho a curandero ni a pócimas, que se encargaban de las tareas domésticas y liberaban a las dueñas de quehaceres. Eran chicas venidas de aldeas más pobres que debían permitir que las explotasen laboralmente para poder subsistir, porque la mayoría ni hablaban siquiera este dialecto. El Consejo de Ancianos multiplicó su actividad y convocó cuatro plazas de administración para poder documentar mejor sus presupuestos en las Asambleas con números pintados sobre papiros con sangre de oso hormiguero.       
Así transcurrieron muchas lunas bajo el sol de Kombeze. Ekall no sabía a ciencia cierta ni cuántas personas trabajaban para él, ni los bienes que poseía, aunque se cuidó bien de ocultarlos a los ojos de la Asamblea, por consejo de Komi, para no pagar el estipendio acordado, llevándose los mismos a la ciudad fronteriza de Shuizá, donde le estaba permitido acumular más y más riqueza sin tener que colaborar en las fiestas tribales del mes séptimo, ni en la poda de los baobats municipales, ni en la comida de la red de cebúes públicos, ni en socorrer a los que no podían trabajar por alguna lesión o accidente sobrevenido trabajando para él, o a los viejos y viudas que quedaban desamparados repentinamente. Bhotyn publicitaba su BANKO y otorgaba préstamos sin ton ni son, dejándose llevar por la vorágine de aquella sociedad consumista y desarrollada a la que no la conminaban los importes abusivos de los servicios y los bienes. Ahora estaba permitido pagar hasta en 600 lunas, y la gente se proveyó de los adelantos técnicos más novedosos, aunque tuvieron que trabajar de sol a sol para juntar los intereses que debían. Otros siguieron los pasos de Seoane y Ekall y emprendieron asociaciones semejantes, por lo que se llegaron a construir en la aldea hasta tres campos de lanzamiento de ubres de búfala rellenos de estiércol, ahora perfumado, y más de cuarenta casas entre cada dos estaciones de lluvias, lo cual quintuplicaba las necesidades reales de aquella población que no se veía harta de acumular inmuebles y de agrandar sus deudas. El brujo quiso advertir desde su cubículo del riesgo que corrían, agravado por el abandono de las actividades tradicionales de la aldea, menos lucrativas pero más necesarias, como la caza de gacelas y la pesca del barbo con rayas lilas, la especie endémica,  pero nadie parecía oírle y le tildaban de viejo loco, desfasado y antisistema.
         Un empleado del BANKO pidió ver a Bhotyn una mañana del mes quinto, cuando el celo de los mandriles se desacerba y no dejan dormir a nadie con sus gritos de cortejo. En una revisión rutinaria de las cuentas había descubierto que Moró Soo no pagaba su deuda a tiempo, a lo que llamó “morosidad” en su honor, pues, a pesar de trabajar sin descanso, la subida de intereses acordada en la última reunión se le había incrementado la cuota a niveles inasumibles. La mujer que limpiaba el bambú del despacho de Bhotyn, llamada Karme Le, que significa “La Que Gusta Del Chisme”, oyó la conversación y vio la cara de circunstancias de su jefe, que no podía broncearse más porque era de mucha melanina, y corrió a airear la noticia, magnificándola, por los mentideros del poblado. El pánico se apoderó de los poderosos, al pensar que aquella señal negativa podía afectarles a ellos, por lo que al instante pusieron en venta las casas que habían comprado como inversiones, y muchos artesanos y comerciantes previeron nubarrones y dificultades, confirmados pronto, cuando los de la tribu bajaron drásticamente sus gastos en espera de mejores tiempos. Los que no tenían locales propios decidieron cerrar sus tiendas, y por tanto ahorrarse el arrendamiento, con lo que los dueños de los bajos sufrieron una merma considerable de sus rentas, las cuales dedicaban al pago de los préstamos con los que compraron más locales. Por ello también los poderosos con cuantía de bienes inmuebles pero sin liquidez, se vieron en la necesidad de renegociar sus deudas con el BANKO, que se negó en redondo al contemplar el negro panorama. El abastecimiento de zanahorias comenzó a ser parco, pues la gente comenzó a ir andando a todos sitios para ahorrar mantenimiento en los medios de transporte y muchos pusieron a la venta sus cebras y sus burritos pigmeos de segunda mano. EKASESA advirtió que no iba a poder vender las promociones que estaba construyendo ante la caída del consumo, por lo que decidió suspender las obras hasta nuevo aviso, dejando sin trabajo y sin cobrar a los sesenta y cinco empleados directos, que a su vez, al quedarse en paro, no pudieron hacer frente a los pagos comprometidos en las próximas lunas. Hubo que dar descanso a los cocineros de la casa de comida en vista de que nadie iba a yantar desde el comienzo de la Krisis, que significa “Mal Va La Cosa”, pero que al principio se llamó “ajuste coyuntural” o “burbuja inmobiliaria” por el portavoz del Consejo de Ancianos. Quedaron sin empleo los cazadores de antílopes y de rinocerontes negros, y los recolectores de hierbas aromáticas, y los que endulzaban la fruta. A la casa de huéspedes de Nueme no venía nadie, por lo que la hostelería también se sumó a la Krisis del “ladrillo”, palabra extranjera usada para designar el conjunto de elementos que intervienen en la construcción de una vivienda de ramas. La Encuesta de Población Nativa arrojaba los datos más pesimistas que se recuerdan en Kombeze. Se dijo que los reajustes iban a durar veinte lunas y luego que cincuenta y después que cien, pero Ekall y Seoane desaparecieron con sus familias mucho antes sin que nadie sepa adónde fueron, aunque se sospecha que viven en Shuizá, a veinte lunas de aquí.
         En Kombeze rige la desolación y triunfan los presagios agoreros. El brujo ha fundado un partido político alternativo que cada vez tiene más adeptos. Amenaza la hambruna a los sectores más desfavorecidos del entramado social y las hordas de hombres, sin nada que hacer, aburridos de buscar trabajo y de presentar currículum en los poblados vecinos, se pasan los lunes al sol.                                                         



         FIN