Parece que se me dan mejor las cartas de desamor que las de amor. La titulada "NOTA DE CATA" que reproduzco a continuación ha sido galardonada con el segundo premio en Platja d'Aro.
Espero que os guste.
NOTA DE CATA.
Desquerida mía:
Al igual que el vino se transforma en vinagre a poco que se distraiga el bodeguero y cese en sus cuidados, así nuestro amor se ha ido ajando en estos años compartidos. La luz en exceso de las visitas familiares importunas –tu madre, como primer fotón de este inconveniente-, la falta de humedad en nuestra alcoba o el ruido molesto que la mutua dejadez en las maneras producía, mediaron a la contra en aquel caldo y lo fueron convirtiendo -algo que pudo haber sido un gran reserva portentoso- en un clarete indefinido, casi prescindible, un vino de mesa corriente que hemos seguido bebiendo con desgana muchos años después, mezclado con gaseosa, para ahogar las inquietudes, por el bienestar de nuestros hijos y por evitar el escándalo mayúsculo en ambas familias.
Contábamos con materia prima excelente para obtener magníficas cosechas, lo reconocerás conmigo: Cuerpos fértiles de carne tempranilla, un sentimiento acrisolado por la garantía que los años de noviazgo otorgan a un crianza, la cava idónea donde recrear tanto amor, enriqueciendo sus virtudes, y unas barricas de la mejor madera sentimental posible en las que el reposo hubiese fortalecido sus debilidades. Sin embargo, cada desaire que nos procuramos mutuamente incrementó la posibilidad de que fermentara la levadura del cansancio, cada discusión alteró irremisiblemente las características enológicas de la convivencia, cada inconveniente subió un grado Celsius la temperatura ideal en los toneles y, por eso ahora, notamos su paso largo con reminiscencias a reproche y hay un leve matiz que nos recuerda la desidia en cada sorbo. En nariz aparecen evocaciones de atmósferas enrarecidas y salones sin diálogo, aires de velada con telenovela al fondo y un efluvio de conversaciones muertas en los últimos brindis. Hasta el color de la ilusión se ha puesto mustio con un velo de sombras y desasosiegos: donde antes brillaba un rojo intenso, envidia y parangón de matrimonios, ahora luce un grana pálido y desteñido que parece contagiarnos su tristeza.
Lo mejor sería verterlo todo por el sumidero del olvido y comenzar nuevas vendimias en distintos pagos en lugar de empeñarnos en estirar su maridaje con la desilusión y la rutina. Fundar empresas con otra clase de uva, con otra mezcla y otras variedades menos rencorosas, y guardar el recuerdo de las primeras botellas en un lugar mítico, porque fue inolvidable la ebriedad del cariño los primeros años, bien lo recuerdas, antes que el mildiu del conformismo anidara en nuestras cepas.
Antes pensaba que podríamos cambiar completamente con una poda severa del espíritu a cargo de un terapeuta y volver a los orígenes, cuando cada mirada hacía que nos creciesen pámpanas y brotes de lujuria, cuando las caricias y los besos estrujaban sus taninos por los labios con irreverencia adolescente. Tal vez la solución hubiese demandado entonces aclarar los lagares del destino y cosechar con otros métodos, o empezar de nuevo en otro sitio: arrancar las vides y plantar, por ejemplo, olivos en la tierra, transformar nuestra bodega amorosa en una almazara moderna y trocar los toneles por depósitos de acero inoxidable donde desnudase el óleo y se posara la desidia. Nos haría falta, desde luego, un préstamo extraordinario de cariño y necesitaríamos un aval de correspondencias mutuas para que el banco Cupido nos concediese una hipoteca a tres o cuatro desencuentros, con un interés por el otro unos puntos por encima de la media.
Además, los primeros frutos de esta metamorfosis serían a largo plazo y lo mismo después de tanta inversión en compromiso, tras firmar cuotas de esperanza mensuales inasumibles para la autoestima, si el barril de nuestro amor ya no guardaba su solera, como parece certificar tanto vinagre, tal vez el aceite que produjéramos, después de todo, tampoco serviría para ungir tu espalda o engrasar los muelles de nuestro silencio. Por eso, desquerida, socia en estas metáforas de aficionado al vino y al aceite, hoy hago la maleta de mi porvenir en solitario. Sólo me llevo el decantador de amistad y el abrebotellas para corazones díscolos que tú me regalaste. Deseo tu comprensión por este alarde tardío de honestidad, sin miedo a los diretes de la competencia, que al cabo de poco sabrás agradecerme.
Parto con la lección bien aprendida y con el propósito firme de enmendar los errores si es que el destino, caprichoso siempre, me empujase a crear nuevas marcas en alguna otra denominación de origen.
Yo sólo espero que tú hagas lo mismo y que pasado el tiempo que precisa el etílico de la desilusión para disiparse en tus entrañas, cuando coincidamos en alguna cata podamos saludarnos con cariño en recuerdo de los primeros tragos. FIN