IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA

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Iglesia de San Pablo (ÚBEDA)

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jueves, 21 de mayo de 2020

PREMIO A UNA CARTA DE DESAMOR

Parece que se me dan mejor las cartas de desamor que las de amor.  La titulada "NOTA DE CATA" que reproduzco a continuación ha sido galardonada con el segundo premio en Platja d'Aro. 
Espero que os guste.


NOTA DE CATA.                                                    
Desquerida mía:

Al igual que el vino se transforma en vinagre a poco que se distraiga el bodeguero y cese en sus cuidados, así nuestro amor se ha ido ajando en estos años compartidos. La luz en exceso de las visitas familiares importunas –tu madre, como primer fotón de este inconveniente-, la falta de humedad en nuestra alcoba o el ruido molesto que la mutua dejadez en las maneras producía, mediaron a la contra en aquel caldo y lo fueron convirtiendo -algo que pudo haber sido un gran reserva portentoso- en un clarete indefinido, casi prescindible, un vino de mesa corriente que hemos seguido bebiendo con desgana muchos años después, mezclado con gaseosa, para ahogar las inquietudes, por el bienestar de nuestros hijos y por evitar el escándalo mayúsculo en ambas familias.
Contábamos con materia prima excelente para obtener magníficas cosechas, lo reconocerás conmigo: Cuerpos fértiles de carne tempranilla, un sentimiento acrisolado por la garantía que los años de noviazgo otorgan a un crianza, la cava idónea donde recrear tanto amor, enriqueciendo sus virtudes, y unas barricas de la mejor madera sentimental posible en las que el reposo hubiese fortalecido sus debilidades. Sin embargo, cada desaire que nos procuramos mutuamente incrementó la posibilidad de que fermentara la levadura del cansancio, cada discusión alteró irremisiblemente las características enológicas de la convivencia, cada inconveniente subió un grado Celsius la temperatura ideal en los toneles y, por eso ahora, notamos su paso largo con reminiscencias a reproche y hay un leve matiz que nos recuerda la desidia en cada sorbo. En nariz aparecen evocaciones de atmósferas enrarecidas y salones sin diálogo, aires de velada con telenovela al fondo y un efluvio de conversaciones muertas en los últimos brindis.  Hasta el color de la ilusión se ha puesto mustio con un velo de sombras y desasosiegos: donde antes brillaba un rojo intenso, envidia y parangón de matrimonios, ahora luce un grana pálido y desteñido que parece contagiarnos su tristeza. 
Lo mejor sería verterlo todo por el sumidero del olvido y comenzar nuevas vendimias en distintos pagos en lugar de empeñarnos en estirar su maridaje con la desilusión y la rutina. Fundar empresas con otra clase de uva, con otra mezcla y otras variedades menos rencorosas, y guardar el recuerdo de las primeras botellas en un lugar mítico, porque fue inolvidable la ebriedad del cariño los primeros años, bien lo recuerdas, antes que el mildiu del conformismo anidara en nuestras cepas. 
Antes pensaba que podríamos cambiar completamente con una poda severa del espíritu a cargo de un terapeuta y volver a los orígenes, cuando cada mirada hacía que nos creciesen pámpanas y brotes de lujuria, cuando las caricias y los besos estrujaban sus taninos por los labios con irreverencia adolescente.  Tal vez la solución hubiese demandado entonces aclarar los lagares del destino y cosechar con otros métodos, o empezar de nuevo en otro sitio: arrancar las vides y plantar, por ejemplo, olivos en la tierra, transformar nuestra bodega amorosa en una almazara moderna y trocar los toneles por depósitos de acero inoxidable donde desnudase el óleo y se posara la desidia. Nos haría falta, desde luego, un préstamo extraordinario de cariño y necesitaríamos un aval de correspondencias mutuas para que el banco Cupido nos concediese una hipoteca a tres o cuatro desencuentros, con un interés por el otro unos puntos por encima de la media. 
Además, los primeros frutos de esta metamorfosis serían a largo plazo y lo mismo después de tanta inversión en compromiso, tras firmar cuotas de esperanza mensuales inasumibles para la autoestima, si el barril de nuestro amor ya no guardaba su solera, como parece certificar tanto vinagre, tal vez el aceite que produjéramos, después de todo, tampoco serviría para ungir tu espalda o engrasar los muelles de nuestro silencio. Por eso, desquerida, socia en estas metáforas de aficionado al vino y al aceite, hoy hago la maleta de mi porvenir en solitario. Sólo me llevo el decantador de amistad y el abrebotellas para corazones díscolos que tú me regalaste. Deseo tu comprensión por este alarde tardío de honestidad, sin miedo a los diretes de la competencia, que al cabo de poco sabrás agradecerme. 
Parto con la lección bien aprendida y con el propósito firme de enmendar los errores si es que el destino, caprichoso siempre, me empujase a crear nuevas marcas en alguna otra denominación de origen. 
Yo sólo espero que tú hagas lo mismo y que pasado el tiempo que precisa el etílico de la desilusión para disiparse en tus entrañas, cuando coincidamos en alguna cata podamos saludarnos con cariño en recuerdo de los primeros tragos.                 FIN                         

lunes, 18 de mayo de 2020

PREMIO DE RELATO EN OVIEDO

Estimado Esteban,
nos ponemos en contacto con usted desde la organización Medicus Mundi Norte para notificarle que ha ganado el Primer Premio del XX Certamen de Cuentos Dr. Luis Estrada con su relato "Operación Pitita", que los miembros del jurado han destacado por su prosa exquisita, emotividad y gran trasfondo social.
Como sabrá por las bases, el premio consiste en 600€ sujetos a las retenciones de impuestos vigentes. Enhorabuena en nombre de todo el equipo que formamos Medicus Mundi.
Próximamente publicaremos un libro de cuentos con los ganadores del certamen de los últimos diez años. Tenemos previsión (si la crisis del coronavirus nos lo permite) de presentarlo, a la vez que hacemos público el nombre de los ganadores, el 16 de mayo en la Feria del Libro de Oviedo.
Si nos envía su número de cuenta en la ficha anexa le haremos próximamente la transferencia.
Quedamos en contacto,
una vez más, enhorabuena!
Un cordial saludo

OPERACIÓN PITITA

¿Quién no conoce a Pitita en este barrio? ¿Quién no ha depositado alguna vez un euro, o veinte céntimos, o cincuenta entre sus mitones de lana, esos mitones legendarios de color desconocido que se deshilachan entre sus dedos sucios, untuosos, morados?
La mujer vive cambiando de banco cada tarde. Si alguien no la visualiza todavía, os diré que es la que va conduciendo siempre un carrito de Mercadona, sin ninguna moneda en la ranura, en el cual transporta -de cualquier sitio a ninguna parte- unos bártulos variopintos y sus pocas pertenencias: cartones y bolsas, una mochila ruinosa, un ventilador sin enchufe, una radio cascada, una manta a cuadros, seis u ocho zapatos inmundos que ni siquiera se sabe si tienen pareja conocida, y qué sé yo qué otros tesoros sin nombre…
Ella rondará la sexta decena. Obesa y desarrapada, va arrastrando su cuerpo como un basilisco sobre unas zapatillas de andar por casa, unas pantuflas que debieron ser azules a su salida de fábrica y que hoy sería imposible catalogar sin la ayuda del carbono catorce. La tela del empeine deja ver sus entrañas acolchadas en tonos beige. La suela está despegada en su parte delantera hasta casi la mitad de la planta y parece que va lamiendo las losas, pues antes de aterrizar sobre ellas el pie, se adelanta al intento y, unas veces por el haz y otras por el envés, siempre limpia de polvo la futura huella con el consiguiente riesgo de accidente para Pitita. Lleva unas medias por debajo de la rodilla con tomates de todas las variedades conocidas del hortal. Y una falda de varias telas distintas que combina con un par de jerseys manidos y abigarrados cuando se acuerda que tiene más de uno, cuando se acuerda que tiene frío. Está marcada por el sol y la penuria, y su piel parece sacada de un tostadero. Sin embargo, posee unas manos delicadas que no concuerdan con el resto de su anatomía en las que acumula toda clase de abalorios circulares, baratijas y colgajos que se encuentra. Entre tanta quincalla sólo guarda de valor un pequeño corazón de oro y una cadena muy fina del mismo metal, arrollados a su muñeca izquierda, vestigios de un tiempo próspero seguramente y que deben tener una historia muy bonita detrás.
Hay leyendas urbanas que dicen que es millonaria y que tiene varias casas diseminadas por la provincia, como pasa con todas las de su condición en cualquier lugar del planeta, y una fortuna en acciones de la Caja de Ahorros, y algunas fincas de naranjos y de almendros, y… lo que pasa es que somos muy dados a escudarnos en la fantasía para justificar ante nosotros mismos cualquier hipótesis, cualquier señal que pueda mellar nuestra confianza o amenace con acentuar el sentimiento de culpa que pudiera invadirnos por permitir entre todos situaciones tan indignas. Si en verdad fuera tan rica como dicen, nos justificaríamos pensando que su vida rastrera y llena de calamidades es una opción legítima, en este caso, de millonaria excéntrica. Pero no lo es. Está abocada a la miseria por un conjunto de circunstancias, de las cuáles quizás sea responsable en mayor o menor medida ella misma, no lo pongo en tela de juicio; o tal vez por delirios del azar, esos caprichos del destino que te lanzan por una cuesta abajo, cuando no escalera, y ya no puedes pararte sin chocar con un cerro, con un desahucio, con una bancarrota…
Ella duerme en el cajero de la esquina, el de La Caixa, sobre unos cartones sin sábanas, bajo unos cartones sin sábanas, los cuáles dobla y ordena cada vez meticulosamente y los coloca en el carrito, pues como no se fía de nadie deambula con todo, a todas horas, todos los días del año, por todas las aceras. Se descalza y coloca con mimo, a la altura casi de su boca, las zapatillas cómodas y desarrapadas, las de la lengua fuera cuyo lamido precede a cada paso. Siempre responde un "hola" casi inaudible a los rezagados que sacamos dinero a deshora y que, aunque procuramos no despertarla en su camastro ni desperdigar las zapatillas con una patada ciega, habitualmente lo hacemos cuando pulsamos las teclas sonoras del robot para introducir nuestro pin en la máquina. Si nos acordamos, solemos bajarle un litro de leche barata y unas magdalenas, a modo de compensación por el sueño robado, y se las dejamos cerca del bulto que forman ella y los cartones, los cartones y ella, a unos centímetros de la lengua de sus zapatillas. Es nuestro pequeño tributo por la molestia causada, por colarnos en su alcoba de duende, por saltarnos su intimidad a la torera, por descolocarle las pantuflas con una patada ciega…
Tiene los dientes contados y sabe abrir los botellines haciendo palanca con un incisivo aislado que le nace como una península en el acantilado de su encía. Si la miras de cerca no puedes contarle las arrugas porque se juntan entre ellas e interseccionan, y no tienen delimitadas áreas concretas fronterizas después de la reforma cutánea que acometió a los cincuenta y cinco años, tras un accidente con el fuego. Lleva el pelo despeinado en un estilo libre, nuevo, despreocupado, que no necesita prelavado y que ahorra agua para la comunidad, un bien tan escaso y tan odioso para ella. Sabe mejor que nadie reciclar la materia orgánica de los contenedores y una ley no escrita le otorga preferencia para hurgar en ellos antes que los otros vagabundos, con menos trienios y menos arraigo en la zona. También se rumorea que sus hijas no saben de su situación porque se vino sin decirles nada de algún lugar muy lejano. Y no tiene cobertura en un móvil obsoleto que debió funcionar bien hace dos décadas, o ni eso, y del que aún intenta desentrañar algún mensaje telepático cuando se aburre por el día y lo saca de su faltriquera y lo usa, más tarde, para partir las nueces que le regalan algunos empleados del Mercadona a modo de martillo.
Tiene los ojos del color del río cuando baja arrastrando légamos tras una tormenta en su curso alto. Y mira como si fuera capaz de llorar tierra o se pudieran sembrar coles en el fondo de sus retinas sin esfuerzo, hermosos jirones telúricos que aumentan la leyenda de su ostentoso linaje. Come cuando come y no hace ascos a casi nada, aunque se vuelve loca con la coca cola y la cerveza, siempre que no sean sin cafeína, o light, o zero, o cero-cero, o las insulsas combinaciones de estas posibilidades. Su preferida es la comida italiana y por eso merodea en la basura de la pizzería "Nápoles" cuando calcula que los camareros arrojan los restos de sus "margaritas". Cuando la ven acercarse, a eso de la medianoche, le suelen alargar sin que se entere el jefe, una lata de refresco y una porción del manjar, pero su dignidad le impide comer en público y por eso esboza una mueca que puede interpretarse como sonrisa daliniana en señal de agradecimiento y guarda bajo un trapo indefinible lo que rebaña o le donan para momentos más íntimos. Luego, en cualquier banco olvidado, casi en penumbra; o en el saliente de algún escaparte mal iluminado, lo primero que hace es sacarse las pantuflas y mover los dedos de los pies como si estuviese tocando una escala en un piano imaginario. Abre la caja cuadrada de la pizzería y lentamente va partiendo trocitos irregulares de alimento que introduce en su boca con la punta de sus dedos, cuellos de avestruz que asoman por los agujeros de sus mitones.
En el noventa y ocho, cuando me mudé a este barrio, ya aparece ella al fondo de una fotografía que me hice en el portal de la entrada de mi edificio, por lo que debe llevar viviendo aquí -y de este modo- más de lo que dura una hipoteca en la Tierra Media.
Está demostrado que no sabe leer, por lo que me he permitido hacer fotocopias de este escrito y ponerlas en todas las paredes que he sido capaz, descartando la posibilidad de que conozca nuestra intención por medio de la lectura. Simplemente propongo que nos organizarnos y aprovechemos las próximas Navidades, su espíritu solidario y su corriente de generosidad para hacerle un regalo original a Pitita, un regalo especial que no olvide nunca, si es que su memoria rige todavía después de tanto tiempo conversando con los pájaros o a través del móvil departirlasnueces:

"Queridos vecinos, por la presente os convoco el día 24 de diciembre, a las cinco de la tarde junto al contenedor de la pizzería "Nápoles" –ya he hablado con el dueño y me ha dado su consentimiento, aparte de aclararme que es sabedor de que sus empleados alimentan a escondidas a Pitita y que muchas veces el promotor de la idea es él mismo- para limpiarlo a conciencia y después para llenarlo y decorarlo como una enorme cesta de regalos. Podéis traer cualquier cosa que se os antoje, desde un jersey potable a una caja de alfajores, fiambre, chocolate, latas de atún, galletas, turrones, queso o mermelada. Yo ya le he comprado unas zapatillas nuevas, unas zapatillas abrigadas, térmicas, de cuadros, unas zapatillas con la lengua pegada al paladar de sus suelas. Os ruego que lo envolváis todo en papel de regalo por aquello de las apariencias. Yo creo que en sesenta minutos, más o menos, si todos nos prestamos y no escurrimos el bulto, seremos capaces de tenerlo listo y estaremos con hora de regresar a nuestras importantes vidas a tiempo de la cena tradicional en familia.
Mi teléfono de contacto es el que aparece en la tirilla del filo de este folio y me he nombrado yo mismo a mí mismo promotor y coordinador del proyecto Pitita.
Si te parece buena idea lo que describo, te espero junto al contenedor a la hora que ya he dicho.
Sé que estos gestos sólo salen bien en las películas americanas, en Acción de Gracias o en San Patricio, o con Santa Claus surcando el cielo en un trineo con tracción renal. También soy consciente de que un momento de emoción este año no le va a solucionar la vida a ella, ni a nosotros nos va a hacer mejores personas, o tal vez sí ambas cosas; sólo considero que si podemos conseguir que su sonrisa huera pase del surrealismo de Dalí al hiperrealismo de Antonio López, y que sus lágrimas de tierra se vayan decantando hacia el azul de un río sin contaminar, y si le evitamos que le salgan sabañones en los pies y reducimos la posibilidad de que pueda tropezarse con la lengua de sus zapatillas, habremos conseguido que esta Nochebuena nos deje su impronta para siempre. Además, las fotografías que subamos a Facebook, se van a compartir más que un compás en una academia de dibujo técnico.
Si conseguimos ir más allá de este propósito y establecer una costumbre, tanto mejor.
Firmado: Alguien que saca dinero a deshora en la alcoba de Pitita.
Os espero. Mi teléfono de contacto es:
61458595 -61458595-61458595-61458595