Arrendatario de goces
y de cuitas heredero,
afilo el pretil metálico
-perla que brilla sin serlo-
y arranco el frío que pace
por la humedad de su cuerpo
con una piedra amolada
que guardo entre mis trebejos.
Luna gris entre dos lunas
repujada sobre cuerno,
relámpago que desbasta
esquirlas al aguacero
y las convierte en quimera,
envidia de los espejos.
En mis iris fulge su hoja
y mis ojos lo hacen dentro
de su frágil catenaria
remedando el universo.
Su cómoda empuñadura
se prolonga entre mis dedos
y engalana un escenario
donde afloran sentimientos
que parecían perdidos
en las hacinas del sueño.
Se descorren las cortinas
con las ráfagas de viento
y echan a volar nostalgias
que estremecen el silencio.
Campa el aire por la estancia
y despeina mis recuerdos:
canciones de vino verde
sobre los peces de acero
retumban sus alharacas
entre paredes de yeso.
Cucharas y tenedores
sobre una mesa sin centro
comparten manjares pobres
con chacinas y pan tierno
partidos con la navaja
que se acurruca en mi seno.
En mis iris brilla su hoja
y mis ojos lo hacen dentro
de su bello desafío
emulando al firmamento.
Entresijos familiares
se confunden entre versos
con estampas infantiles
en las piernas de mi abuelo,
sentado en cada velada
como en la proa de un velero
sobre sus óseas rodillas,
enjutas como sarmientos,
y vuelven a emocionarme
al evocar el misterio
de su voz recia y antigua
recitándome algún cuento.
Sólo queda esta navaja
entre sus cosas de viejo
de las muchas que tuviera.
Seguro que perdió cientos
al cabo de tantos días
y tantas noches de invierno:
ignotas en el monte unas,
otras… junto al olmo seco;
las más, prestadas, sin duda,
a un vecino descuidero
que se olvidó devolverlas
al redil de los cubiertos.
En mis iris bruñe su hoja
y mis ojos lo hacen dentro
de su hermoso escalofrío
escarbando en mis cimientos.
Sólo queda esta navaja,
notaria de los eventos,
alimentando rumores
al aire de su concierto
de muelles que se resisten
a ser sólo teloneros,
y dan fe con sus robines
y con su halo polvoriento
de lo que nunca aprendimos:
no nos sirven como ejemplo
las lecciones magistrales
sobre el transcurso del tiempo,
ni se asume su dictado,
ni se comprende su verbo
hasta que no se conjuga
en el futuro imperfecto,
hasta que corta los hilos
el docto titiritero
y la marioneta que somos,
buscando su cementerio,
sin memoria y sin palabras,
se descoyunta en el suelo.
En mis iris bruñe su hoja
y mis ojos, ya sin fuego,
dejarán para otros hombres
su apócrifo testamento.