IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA

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Iglesia de San Pablo (ÚBEDA)

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viernes, 9 de noviembre de 2018

DIETA POST MORTEM

Murió don Dimas el último día de verano en la cama de su chalet de Sotogrande. Ninguna de sus dos hijas legítimas, sendas muñequitas rubias y delicadas,  comprende todavía por qué una desconocida venida de México a toda prisa, bruta y  mal vestida, en mitad de la vela, tras una entrada a tropezones y un pequeño desvío final para esquivarlas, se ha abrazado al cadáver de su padre y, presa de un premeditado histerismo, le ha arañado el rostro con tal vehemencia. 
Tampoco sabrán por qué, luego, un poco más calmada y antes de que la seguridad me desalojase del dormitorio, la extraña les ha gritado: ¡Qué pena más grande, me parece que vais a perder cuatro kilos cada una sin necesidad de dieta!
Si todo sale según lo previsto, cuando vean el resultado del ADN con el material genético que han recolectado mis uñas –llevo diez semanas sin cortármelas adrede desde que supe que estaba moribundo- y lean la cláusula que he redactado para modificar el testamento, caerán en la cuenta de lo que significaba aquel vaticinio, porque en realidad habrán perdido más de cuatro kilos cada una (concretamente cuatro millones doscientos cincuenta mil quince euros, más las costas) al tener que repartir su herencia conmigo, la bastarda nacida de su aventura con Lupe hace veinticuatro años en La Perla.           

QUITAMIEDOS





La niña nunca entraba a la habitación de la abuela. Decía que notaba manos mesándole el cabello y alas suaves rozando sus hombros la última vez que lo hizo; pero su padre estaba empecinado en quitarle el pánico a la fuerza, por eso la obligaba a entrar a oscuras. 
Le susurraba muy cerca del oído:
- ¡No seas pendeja! En México no le tenemos miedo a la Muerte, cuantimás a las patrañas... 
Anoche, tras forzarla a traspasar el umbral y transcurridos unos minutos de silencio, el hombre abrió la puerta y comenzó a llamarla, en voz baja primero y a voces después. Creyendo que le faltaba al respeto, dio la luz y, al cabo, comprobó que no había nadie en la alcoba. Empezó a buscarla debajo de la cama, detrás de las cortinas y en el armario, creyendo que se trataba de una broma infantil, hasta que de repente se cerró la puerta y se hicieron las tinieblas más densas que recordaba. 
Las alas se transformaron en tallos de zarza -que le sajaban los hombros- y la manos acariciadoras en uñas de rata que le despellejaban el cráneo. 
Cuando empezó a gritar sólo obtuvo por respuesta el eco de unas carcajadas histéricas que le parecieron de su hija y  un susurro muy cerca de su oreja:
- ¡No seas pendejo! En México no le tenemos miedo a la Muerte, cuantimás a las patrañas...