IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA

IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA
Iglesia de San Pablo (ÚBEDA)

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domingo, 28 de noviembre de 2021




 Ayer sábado, recibí en Burgohondo (Ávila), el premio internacional de poesía LUIS LÓPEZ ANGLADA, de mano del señor alcalde. Un enorme placer haber conocido a poetas de la talla de Carlos Aganzo, José Pulido y José Maria Quirós y haber compartido sobremesa. Mil gracias para la familia de don Luis López Anglada por su invitación a comer y a disfrutar con ellos y su vitalidad irreprimible. También fue un honor la presencia de la ganadora de 2020, María Jesús Fuentes. Un reconocimiento especial merece Mónica, la concejal de cultura.
Subo el poemario para que todo aquel que quiera pueda leerlo:





HIERBA MORDIDA

 


LA MAESTRA INTERINA

 

 

Se refugia en un charco de carmín derretido

con forma de náyade. Si llueve,

dirige la orquesta de gotas con un junco 

subida en el corazón de un elefante africano.

Si no llueve ensaya sobre partituras efímeras

filarmónicas de pájaros y tizas,

notas que crujen al calor de la estufa como cáscaras de cacahuete.

Sobrevuela los mapas en una sombrilla

y se moja los labios con agua del Eúfrates,

así el aliento le huele a hierba mordida,

y coge estrellas prestadas de alguna constelación famosa

para ponerse morena sin dependencias solares. 

Es cierzo sólido al que se adhieren luciérnagas rojas

y le dan un aspecto de flor ambulante

en un patio sin piedras para herir las rodillas.

 

Se dedica a inocular monedas con alas

en la imaginación balbuciente de los niños

y les enseña a disparar relámpagos inocuos

desde lo más alto de una hipotenusa.

Aplica el principio de Arquímedes a los afectos

y saca factor común siempre que puede

porque pone entre paréntesis lo que separa 

y sabe subrayar lo que mantiene. 

Sus ojos siempre miran a otros ojos infantiles

y les descubren maravillas en formatos distintos. 

Les demuestra que se puede crecer en una pecera

sin parecer bultos sonámbulos sin número de serie

y que hay vida más allá de una habitación con wifi.

Que se puede creer en casi todas las personas

y está permitido equivocarse si se aprende algo.

Les graba un itinerario en la epidermis, 

algo especial a cada uno, con dedicatoria,

jeroglíficos que solo pueden verse con gafas especiales,

y con eso se conoce que son sus discípulos.

Bueno, por eso, y por el reguero de juncos que van dejando 

alrededor del corazón de un elefante, 

¡ah! y en que todos la invocan para seguir soñando

cada vez que se despiertan.

 

 

LUNES/MONDAY/LUNDI

 

Parece abanicarse con murciélagos grises, de tisú

-por su gesto franco, por su apoplejía-

pero solo respira como un caballo viejo 

que se ahoga en el lavabo de un piso de alquiler.

 

Mueve su pecho deprisa, desde dentro 

de una gaveta ignota donde llueven mantis, 

lo he visto muchas veces respirar así,

mientras yo lo llamo, subido a todos los alféizares

con cencerros de gas, explotando globos

desde cualquier pirámide o mezquita enhiesta 

o tirador con polvo que malcría el mobiliario: 

una mugre estructural que no se supedita a nada,

que no se abraza a ningún nogal converso en cómoda,

al brazo tumoral de una barcaza herida que muta en sofá

hecho también con madera de otro árbol 

cuya especie desconozco.

 

Lo llamo con voz muy ronca, lo invoco con acento grave

pero, al torcer los tabiques mis ondas sonoras,

lo que digo suena a cristal, a saxo extranjero, 

a verdulera soprano, a campanario gótico de iglesia pueblerina;

aunque luego se transforma, de repente, en una puñalada honda

sobre la carne rosa de una oveja

que estaba aprendiendo a desfilar por el pasillo.

Grito su apellido con garganta de baquelita y greda,

garganta prestada por algún almuédano vecino

para vocear sustantivos que suenan a destrozo de lonas, 

a recuento de vísceras cubistas derramadas sobre el mármol,

a bastidores partidos por una estampida de viejos 

que van a la caja de ahorros a cobrar sus pensiones,

y el eco solo repite una de sus sílabas, 

escogida al azar, quizás la última que pronuncio;

solo repite una sílaba enorme como un aldabón

que no remeda mi voz por la impedancia

y se pierde en el lomo dorado del brasero,

y por más que invito a los perros del cuadro de la cacería

a unirse a mi desesperación

y a ladrar conmigo su nombre inventado, 

su nombre converso,

no me ayudan a encontrar su refugio, no me ayudan

a buscar su nido, la yacija de sábanas barbitúricas

donde habrá establecido su cuartel general.

 

Temo llegar tarde, no llegar a tiempo 

de sincronizar los relojes corporales con su expiración.

El mar se aglutina sobre las últimas barcas en la marina de la pared

pero no es el mar, ahora lo comprendo, 

es mi propia sangre en diferido

que se vierte y vuelve a crecer al otro lado del espejo

en alguien semejante a mí, con mi mismo estupor,

 

cuando cada lunes no festivo

hundo la esponja en un lavabo sucio

donde flota el cadáver de un caballo viejo.

 

 PÉRDIDAS

 

 

Empiezo a notar un silencio corrompido

que se agranda por dentro 

sin llegar a ser náusea, sin despertar el pánico,

en el área pequeña de mi corazón,

donde se confunden el miedo y sus síntomas precoces;

en mitad de la nada, cerca del límite

que impone la brea en los labios azules 

cuando la noche alicata con frío industrial

el estribillo de una canción

y queda muy lejos el último taxi.

 

Otra ronda entre bisturíes de hielo 

antes de volver al argumento general,

paseando la costumbre al albur nocturno

con otros hombres que andan sonámbulos

cerca del río, buscando un aval 

para engarzar su esperanza en nuevos ojales, 

quizás como yo.

 

Nadie sabrá el esfuerzo que hice

porque la ciudad es anónima,

como todos sus fieles,

y no se reconocen los actos de bonhomía

en su espiral de autismos.

Lo busqué en las esquinas de calles heladas,

aunque digáis que no, aunque dudéis de mi celo,

aunque me denunciéis como si fuera un asesino inmundo

que goza invalidando pruebas policiales

en parajes ubicados donde no llega el bus

y las autoridades ubican aparcamientos sórdidos, 

descampados para que las parejas se amen con vaho 

detrás de los cristales de un coche moribundo

y puedan sobrevivir las nutrias endémicas

apareándose entre las ruedas y comiendo profilácticos.

 

Debí perderla en otro renglón, en el pasaje

comercial de un párrafo que pasé por alto al corregir,

en otra cita inédita de alguna vida que aduje 

para introducir a un secundario:

su dirección sobre el croquis de un bulevar,

la calle sin membrete donde mora el ínclito

y nadie lo conoce por su nombre de pila.

 

O a lo mejor mi subconsciente,

ese que siempre me protege en la ebriedad

y me lleva, sin saber cómo, hasta el regazo de un sillón,

decidió por su cuenta que sabía demasiado sobre mí 

y borró cualquier rastro de aquel personaje

sin decirme nada.

 

 

VOCACIÓN DE NAUFRAGIO

 

 

Hay hombres que rebosan ternura de barco

por sus ojos aeróbicos, por su piel de manzana;

y ponen rumbo hacia lugares donde el mar es harina,

con su equipaje de velas, albero en el alma

y el bizcocho mordido de sus desengaños.

Hombres fieles a una antigua mudanza 

que les marca el principio y el fin de una espera

cuando leen en los ojos de una conocida

la letra suprema de un tristísimo tango. 

Y entonces desembarcan -en la playa morena

de un vientre que aun no tiene letrero-

su arsenal obsoleto de balas perdidas,  

y colonizan la arena con su semen acrílico

para que el próximo nauta se sienta extranjero

y abandone pronto la piel desabrida

de aquella muchacha que hablaba lunfardo.

También hay mujeres con vocación de naufragio

que frecuentan curvas donde todo es posible

y ahogan en champán el olor a manzana

cuando les avisa su radar de un serio peligro,

o de un friso grabado con su fecha de muerte,

o de un letrero luminoso con su alias mediático

anunciando propaganda de labios lascivos

a un precio simbólico, invitación de la casa.

 

Cuando coinciden los hombres con ternura de barco

y esas madonas de acrílicas sienes

que intercambian favores por alfileres de plata

en la triste bocana de un puerto perdido

o en una misma terminal de autobuses o trenes,

se acaba el crédito de las leyendas eróticas 

que concede la lírica a las historias canallas,

se confunden sus cuerpos y sus brazos fornidos

con gentes vulgares que van al trabajo, 

y ya todos vuelven a ser lo miserables que fueron:

hombres que no huelen a nada parecido a una fruta,

mujeres que nunca naufragaron en copas de cava.