Mi relato "DINÁMICA DE FLUIDOS" ha sido distinguido con el accésit del certamen de relato "VILLA DE SAN FULGENCIO".
Espero que os guste:
DINÁMICA DE FLUIDOS
Estoy solo, solo y dolorido, y, por lo que sea, me apetece no llamarte por teléfono, no hablar contigo, no transmitirte mi desasosiego, del que no eres en absoluto cómplice ni causa. Me queda poca batería y es también por eso, quizás solo por eso. He solicitado a una auxiliar un trozo de papel y un boli, que no necesitan conexión eléctrica todavía en su versión bic cristal y folio en blanco. Le ha extrañado mi petición: se ve que no suelen atender próstatas narrativas en esta época.
Quiero y no quiero que intuyas mi estremecimiento, mi miedo, mi previsión nefanda de futuro analizando lo que me rodea, al que sin duda me acerco al ir sumando dígitos; aquí, rodeado por ancianos que dicen disparates y se quejan de estigmas que la soledad y el tiempo les han adjudicado sin subasta; por alguien que pide, por favor, un bote para orinar su miseria y cuya voz apenas sobrepasa el perímetro de sus sábanas, cada vez más urgente, decayendo ciertamente hasta saltarse la baranda de la resignación o del pudor y consumar el pujo; o por otro, seguramente irreconocible para sus seres queridos desde hace mucho, que reclama metadona con voz barítona y a quien calman con una inyección tranquilizante en la vía que desemboca en el delta de su brazo…
Es viernes de madrugada en el hospital y no acabo de acostumbrarme a su digestión de turnos, gritos sordos, muecas que en la penumbra solo se intuyen, pero que las noto flotar entre las camas del pabellón como ellos, sus ocupantes, deben notar las mías. Es una sala mal distribuida, mal ventilada, caótica, llena de perchas caricaturizadas pero funcionales para sujetar los continentes del suero, atestada de aparatos arrinconados, en espera de saltar a la cancha en algún momento de emergencia de alguno de nosotros; una nave rectangular con más inquilinos de la cuenta, con personal de todas las condiciones deambulando entre goteros, pantallas con luces que marcan números digitales, de las que penden vidas, y alguna excentricidad con cables que pasa desapercibida cuando te vas habituando a la cruda permanencia sin filtros de color, sin ambages en la percepción de tu estado.
El oído se acostumbra, descarta los ruidos conforme pasan las horas y el cansancio vence al pulso y cierra mis párpados, y me traslada cerca de ti por un instante para alejarme luego con brusquedad y sin aviso, como en una alfombra mágica o en el vórtice de un tornado fugaz, de nuestro dormitorio; hasta que esa sensación, o sueño, o lo que sea, me devuelve al reino de los débiles, al escenario grotesco de la naturaleza en estado puro. Pero estar un rato contigo, aunque sea de esa manera onírica, para mí significa mucho: me da la fuerza interior suficiente para soportar los estigmas que requiere cada cura, cada lavado con una jeringa, que extrae mis jugos íntimos sin conmiseración, y me renueva la energía para enclavijar los dientes y burlar las astas de las agujas que me embisten con la intención de restaurar mis entresijos. Sólo tú recuerdo es su artífice. Sólo tú eres el aliento indeleble que respalda mi coraje y mi voluntad en este vía crucis moderno.
Tengo una sonda uretral -me la han instalado hace un par de horas- por la que fluye un líquido que parece agua de lavar carne -como dicen las enfermeras- o lambrusco -como yo prefiero denominar su color sanguinolento-. Estoy pendiente de su flujo y a veces me desespero porque no entiendo la dinámica de los fluidos. Cuando creo que no cumple la misión para la que me fue implantada, levanto la goma y el líquido sube la pendiente en contra de cualquier lógica y a favor de mi empuje, hasta que alcanza la cumbre de mi osadía y, entonces, cuando lo más fácil sería precipitarse a la bolsa residual cuesta abajo y sin freno, decide regresar hasta el origen, desandando su periplo lento con rapidez no mostrada antes y desafiando la ley gravitatoria, de la que parece escapar impunemente, y decepcionando mi anhelo. Antes de darme por vencido en mi obsesión por llenar el depósito de los residuos, también le provoco dobleces a mi cordón umbilical, como intentado provocar un vacío de presión que aligere el tránsito, recordando viejas enseñanzas del instituto, pero nunca consigo su avance. He debido olvidar por completo las leyes de la Hidráulica.
En fin, no sé porqué te cuento estas pequeñeces sin sentido, estos pánicos psicológicos y escatológicos a la finitud de nuestra genética que se traducen en maniobras absurdas, en reflexiones de alguien que se está dando cuenta de haber atravesado el túnel de demasiadas décadas sin apreciar los detalles que prestigian la existencia. Verte es uno de ellos, pasear contigo es otro, comer juntos, despertarme oliéndote el cabello y abrazarte como si la ternura se regenerarse al dispensarla o tuviese suficiente en mi mochila para despilfarrarla sin comedimiento mientras viva, mientras vivamos. Abrazar a nuestros hijos también y, a tu lado, acompañarlos en su andadura, transmitirles confianza y optimismo evitando en sus miradas el drama del paso de las vicisitudes por mi carne y dando para ellos una mano de pintura alegre al horizonte.
Aunque no lo creyeses, si llegaras a leerla -aún no he decidido mostrártela porque sé que la capa freática de tus lágrimas roza siempre los lacrimales cuando te hablo de nosotros- esto es lo más parecido a una carta de amor, de necesidad, de deseo, de confesiones existenciales, que he escrito nunca. Te echo de menos visceralmente, como un niño asustado, como un náufrago a la deriva cuando el frío le va comiendo los cartílagos, y no hay islas avizor, y ve que no llega a ninguna parte.
Quiero reponerme para volver junto a ti, mi lugar preferido en todo el universo. Para redescubrir los secretos que ya ni nos planteábamos, los gozos repetidos, las rutinas de los viernes y los sábados, la dicha de entrelazar nuestros dedos como una inercia voluptuosa de la convivencia y que parecemos obviar a cada instante, presuponiendo que siempre estarán disponibles, que siempre estaremos disponibles el uno para el otro.
Creo que no voy a permitir que pasees tus ojos por estos renglones sucios y poco paralelos, no vaya a ser que desentierres la profunda melancolía que subyace y te creas que me estoy desilusionando contigo, aburriendo, desesperanzando, diciéndote lo contrario de lo que pienso. Es al revés, pero quizás mis facultades como redactor de cartas amorosas hagan que descubras, junto a la confesión eterna de mi cariño por ti, el cual te garantizo con todas mis fuerzas y ganas, aunque no estalle a primera vista en estos párrafos, esa otra incógnita que va sembrando telarañas en mis ilusiones y en mis expectativas y aparece sombreada a lápiz en el poso de sus letras.
Voy a releer con detalle y con parsimonia cada trozo, si es que entiendo mi propia caligrafía y la tenebrosa iluminación continúa de mi parte. Pronto sabrás mi decisión de entregártela o no, que dependerá en exclusiva del sabor reminiscente, en el retrogusto que me quede en la memoria tras reproducir de nuevo las palabras entre el bisbiseo de mis labios.
Ahora he de concluir este resumen de reflexiones vitales a la escasa luz ambiental de una zona de observación para enfermos que no hemos vuelto a casa tras ser atendidos en las urgencias de un hospital comarcal – ¡qué poco se necesita en las situaciones extremas para sacar a relucir lo más secreto de nuestros corazones y nuestros pensamientos!- pues el tiempo sigue arrollando con su tren las casetas de ese futuro inmediato que se nos escurre como una anguila entre los dedos fríos; pero concluyo, sobre todo, porque acabo de darme cuenta que la bolsa de cuatro litros que envasa mis micciones, esas con el color del agua tras lavar la carne, -como adjetivan las enfermeras- o mejor color lambrusco -como prefiero yo-, acaba de llegar a la última raya de su capacidad y de mi paciencia.
FIN