IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA

IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA
Iglesia de San Pablo (ÚBEDA)

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martes, 20 de diciembre de 2011

POEMA GANADOR SÍMBOLO "VINO NUEVO"

IMPERIO DE TRAJINES


                                                                   A mis hijos.

I

Nueces azules en canastas de niebla,
pintadas a mano para decorar algún sueño
o escapadas de él arrastrando el color
por el zócalo gris de una escalera.

Caballo dórico que se mece en su balanza,
hilvanado -para siempre- a una infancia impía.
Tijeras romas, artesas de matanza.
Roscos de aguardiente en cestas de mimbre
con dos puertas forradas de ABC.
Ruecas antiguas.
Calderas que almuerzan telarañas y sarro.
Sartenes hiperbólicas y trébedes a juego
que soportan su perímetro,
apiladas en el luto hacia un rincón de adobe
invocando a san Martín,
esperando a noviembre.

Soldados palaciegos ya tullidos
que organizan sus guardias por turnos
en el castillo almenado de la arquitectura,
supervivientes de tres guerras infantiles
en generaciones de hermanos colindantes.

II

Silencio de huertos de cura pueblerino,
higos de diseño, arroyos de cristal
que se parten las entrañas
en laberintos paralelos de caballones dormidos.

Lombrices doradas que orean las lechugas,
maldiciones untadas en tomate,
azadas romas de herir las piedras vivas
con sus labios de hierro.

La bestia derramada en cangilones furtivos
sobre círculos ciegos.
Frentes anchas, callos oscuros,
sudores en el dorso de las manos
crueles con la hierba
que estorba la parcela donde crece el destino.

III

Vaquerías que cumplían a rajatabla
con el primer sacramento.
Cabras fieles a su cita diaria con lecheras inoxidables.
Pajares de alpacas donde algunos indios
lograron escaparse de las películas del sábado.
Lagartijas voraces.
Pequeños tesoros llamados renacuajos
en latas vacías de melocotones dulces.

IV

Los recuerdos anidan
en barbechos de avutardas.
Nubes de verano con el alma de pavesa.

El olor vesubiano de la tierra inflamada
por el agua hirviendo que despierta esta tarde
una conexión de átomos que creí difuntos
desde épocas remotas y que pugnan por un verso
en este ejercicio de memoria
que me cuesta una hipoteca,
un cantón, unas espigas verdes, una barbacana...

Bajar de nuevo en bicicleta la rampa del riachuelo.
Llorar por dentro una marea densa de detritos.
Deciros que os quiero en homenaje de la lluvia
al contaros todo esto,
cuando entendáis el escozor de las ortigas,
la leyenda que guarda cada cicatriz,
la impotencia del débil,
la importancia de la risa,
lo que costaba convencer a la tía soltera
para que nos hiciese rosas de maíz
en la lumbre del abuelo,
la sana libertad que os negamos
en aras de un progreso que entendemos mal
y que nos lanza al desenfreno,
a la rapidez sin motivo,
a la tiranía consentida del desasosiego,
a la infancia panoli a la que estáis condenados
desde el imperio absurdo de la prisa.