IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA

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Iglesia de San Pablo (ÚBEDA)

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viernes, 20 de mayo de 2022

PREMIO DE POESÍA EN MIAJADAS




 ACABO DE REGRESAR DE MIAJADAS (CÁCERES) DE RECOGER EL SEGUNDO PREMIO DE POESÍA DE SU CERTAMEN ANUAL.  ENHORABUENA A LOS DEMÁS PREMIADOS.

ESPERO QUE OS GUSTE EL POEMA



INTROITO

 

                                     

 

Dicen que se puebla el aire

de un remoto perfume a trenes y alaridos, 

de un extraño gas irrespirable,

mágica pócima de celofán y mirtos.

 

Y que son los cuerpos jalea aderezada

cuando el éter penetra en los sentidos 

y los hace prisioneros de sus jaulas. 

 

Que la carne se amotina en tinajas sensuales 

y se convierte en una bodega de pasiones 

de la que es mejor huir sin palpitar su vino.

 

Dicen que se dispara el deseo del joven 

como ballesta en manos de inexperto arquero 

y que cualquiera puede resultar herido. 

 

Que nadie llega, artesano de hornos, 

desde la otra orilla de la vida,

en la noche atávica del primer encuentro

a calentar con sus manos los contornos.

 

Las vituallas no alcanzan para tantos lujos 

cuando el placer se alía con los cuerpos 

enredados en las celosías y en las redes 

de la mórbida pasión que los indujo.

 

Dicen que varía el sombraje llantas de franela 

según le resulte el ángulo propicio; 

y que al otro lado el amante agita velas. 

 

Avanza la escollera alamares de espuma 

sobre su propia crin, 

y el mar yergue árboles de sal 

en un bosque insostenible, 

de tal modo que, -aunque dura un solo instante

hasta su voluptuoso fin-, 

ya nunca te olvidas del idilio.

martes, 10 de mayo de 2022

PRIMER PREMIO DE POESÍA EN SEGURA DE LA SIERRA


 Mi poema "NANAS DE GUIOMAR" ha obtenido el primer premio del certamen "Jorge Manrique" de Segura de la Sierra.

NANAS DE GUIOMAR  

 

 

Mira Luna, 

desde Segura y su Sierra

don Jorge ensarta los versos

con el filo de su pluma

mientras los tibios resoles

cuando atardece en Segura

se acicalan de aceituna

y apagan sus arreboles

para que el niño se duerma.

 

Mira Luna,

nuestras vidas son los ríos

y nuestras manos los juncos

que sustentan en la orilla

amores y desvaríos,

amor cuando estamos juntos

y cuando duermen locura

si vienen las pesadillas

a la vera de la cuna 

a importunar sus asuntos.

 

Mira Luna, 

si decoras el paisaje

de los campos segureños

con nácar de tus adobos,

y deshaces las escarchas,

y blindas el caserío

donde crecen mis retoños

para que los venza el sueño

arrullados por el río,

dispondré un collar de plata 

en la Torre de Homenaje

y una pandereta blanca

para que te hagas espejos.

 

Mira Luna,

si apaciguas los caballos

y silencias sus relinchos

en el sopor de las cuadras,

si acaricias los collados

que circundan el Castillo

y ahuyentas sus alimañas,

te daré flores de mayo

para que te hagas vestidos

con su terciopelo blanco. 

 

 

Mira Luna,

arría nuestro estandarte

en la cumbre de los cerros,

hilado de seda pura,

que cuando entreabran los ojos

los querubines que velo,

no quiero que sus brocados,

encendidos de plata y oro,

les impidan admirarte

en tu redonda hermosura.

 

Mira Luna,

los pajarillos del campo

sujetan entre sus picos

los tallos de enredadera

y los posan en mi mano

para que yo le haga un nido

a mi jilguero y se duerma.

 

Mira Luna,

y al padre de estas criaturas

protégelo en la batalla,

porque en Segura yo sola

moriría de amargura,

incomprendida en la alcoba,

si sus coplas me faltaran.


Mira Luna,

ordena a los luceritos

que juegan sobre tu falda 

a esta hora con sus destellos,

que apaguen sus resplandores,

pues mis niños se desvelan

con tantos fulgores gualdas

y despilfarran el sueño.

 

Mira Luna,

haz a doña Luisa Manrique,

la del color de la miel, 

comendadora de hiniestas,

que alguna grácil alondra

derrame sobre sus ojos

celosías de ataurique

y estrellitas de papel,

para que aguante la siesta 

y se cumplan sus antojos

hasta que venga la Aurora

y se la lleve de fiesta.

 

Mira Luna,

y que a don Luis, en los párpados,

se le pare una cigüeña,

portadora de presagios,

que deje la noche en prenda

y que mañana regrese,

cuando mi niño despierte,

a recoger las tinieblas.

                        

 

FIN

miércoles, 13 de abril de 2022

PRIMER PREMIO DE POESÍA EN Malpartida de Cáceres

 

 Primer Premio conseguido en el 
X Certamen de Poesía 'Nacha' 

La entrega de premios será el día 22 de abril a las 19:00 h, en el salón de actos de la Casa de Cultura de Malpartida de Cáceres, en el acto para celebrar el Día del Libro. 


lunes, 11 de abril de 2022

SEGUNDO PREMIO EN HARO

 


Mi relato "EL SOSIEGO DE LOS MONTES" ha resultado galardonado con el segundo premio en el certamen organizado por la cofradía de San Felices de Bilibio (Haro)


EL SOSIEGO DE LOS MONTES


 

Había oído el joven Millán historias variopintas, repletas de enjundia, todas extraordinarias, referidas a un varón al que achacaban santidad en toda la comarca de Haro y su zona de influencia; alguien que vivía en el retiro de los Riscos de Bilibio dedicado a la meditación y al rezo, abrazando los postulados más ortodoxos del anacoreta, sin contacto asiduo con nadie. Cierto que había bastantes varones por aquellos parajes riojanos con ese mismo estilo de vida, con esos mismos parámetros espirituales, alejados de toda vicisitud terrena para dedicarse a la contemplación, pero era sin duda aquel de Bilibio quien más admiración despertaba, con diferencia, entre los habitantes de los pueblos limítrofes.

Dichas habladurías incendiaron el alma del muchacho en su natal Berceo, por lo que estuvo varias semanas elucubrando a solas cómo llegar, primero, y luego la manera de conocer a semejante hombre y que accediera a compartir con él su sabiduría y las demás dotes morales que lo acompañaban. Tanto es así que por fin se decidió a abandonar el pastoreo, y a su familia, y se puso en el camino que había de llevarle a conocer a Felices, tal era el nombre del personaje que se dedicaba a Dios en cuerpo y alma por las cumbres cercanas a Haro.

La sierra era abrupta y los caminos se empecinaban en buscar los últimos cresteros con pendientes imposibles para caminantes incautos, aunque él estaba acostumbrado a las veredas serpenteantes y a los pradillos en alto porque había llevado desde que era niño por sitios parecidos, o aún peores, a pastar el rebaño de su padre. Había que dar pasitos cortos y apoyarse en un sólido cayado de roble para avanzar por las rampas y mantener el equilibrio sin precipitarse por ningún despeñadero. Descansar de cuando en cuando y beber agua fresca del cantarillo que se guarda en el zurrón, y comer queso curado con un buen mendrugo de pan para que la cuesta no rapte en un santiamén la fuerza de los músculos y la debilidad exponga al quien progresa a la atracción del vértigo.

“No se puede estar más cerca de Dios”, iba pensando el joven mientras ascendía por los vericuetos a encontrarse con el eremita, a quien propondría ser su discípulo y compartir vivencias en aquellos territorios. Sin duda que, a poco que acertasen los lugareños con su calidad cristiana, el buen Felices accedería a sus pretensiones, si bien no acababa de tenerlas todas consigo, pues los ermitaños, además de fervorosos y píos, es sabido que suelen albergar rarezas de espíritu que los hacen especiales y huraños, rarezas que se incrementan con tantas horas de soledad y silencio en medio de la nada, pasando penalidades y con escasez de viandas para paliar las crisis de fe, que de seguro las habría.  

Hacía más de una hora que Felices, instalado en un saliente sobre un pequeño precipicio, había distinguido la figura de un muchacho que ascendía y ascendía entre los riscos con desparpajo poco común. Seguro que se habría perdido y el sahumerio de la lumbrecilla en la que cocía algunas hierbas le serviría de guía y orientación. Compartiría con él el guiso insustancial y se pondría al corriente de su procedencia y habilidades, mostrándole las estampas que desde la altura a la vista se ofrecen en atalaya tan gigante. Luego le indicaría el camino de Haro y le daría su bendición y alguna sobra para la vuelta. No es que estuviese sobrado de víveres ni acostumbrado a las visitas, pero de vez en cuando alguien se acercaba a sus dominios y le solía traer algún alimento para hacer más llevadero su ascetismo, como temprano agradecimiento a la par que se solazaba escuchando sus simples, pero acertadas, elucubraciones sobre cualquier menester o cuita que atosigaban al recién llegado. El forastero se iba admirado y en paz consigo mismo, dejando entre los Riscos su pesadumbre y adquiriendo una visión esclarecedora del problema que le había traído hasta allí o viendo la trascendencia de sus asuntos desde un punto de vista más relativo a la sombra de Felices.

-       ¡Ten cuidado, muchacho, las piedras sueltas suelen traicionar, donde menos cuesta hay la confianza del pie, que ya se cree a salvo de sus asechanzas al coronar lo peor de la pendiente y se deja engañar! – tronó el vozarrón de Felices desde lo alto del riscal.

-       ¡El Señor sea consigo, hermano! -respondió Millán una vez repuesto del susto que las palabras del anfitrión le habían producido, por inesperadas- pero no soy atolondrado y mis pies aquilatan la costumbre de triscar por el monte, aunque le quedo muy agradecido por el consejo.

Pronto comprobó el joven que la personalidad embaucadora de Felices era sin duda mayor de lo que le habían contado y su magnetismo también estaba muy por encima de las expectativas. Hablaba con un aplomo tal que parecía que se inventase los nombres de las cosas y su seguridad hacía sentirse a uno a salvo de cualquier rigor o duda.

Entablaron conversaciones banales sobre la procedencia del joven, como tanteando el terreno espiritual de aquel que se hacía llamar Millán, aunque el eremita enseguida comprendió que el visitante no andaba perdido en absoluto por los montes como al principio creyó, al menos no con esa clase de pérdida que solo depende de las estrellas o de los puntos cardinales y que se soluciona corrigiendo el rumbo con unas pequeñas indicaciones sobre el itinerario a seguir. Probablemente sí estaba extraviado, o mejor confuso, en su interior, pues pronto pudo leer en las nobles entrañas la necesidad de cobijo y orientación que demandaba el de Berceo. Por eso Felices se adelantó a sus pretensiones y dejó obnubilado al futuro discípulo cuando le ofreció que se hospedara en su misma cueva y que permaneciera con él hasta que encontrase lo que venía buscando. El silencio y la soledad, su ayuda y su bendición obrarían en su alma el pequeño milagro del conocimiento y de la verdad, esa óptica humilde que despeja las tinieblas del corazón y la cabeza al mismo tiempo. 

Y fueron transcurriendo los meses con el fortalecimiento de los vínculos entre los dos, una amistad enriquecedora con tentáculos místicos en la que los diálogos fluían entre ambos en beneficio mutuo y armonía.

Una velada, casi al principio de llegar, Millán comenzó preguntando a su maestro, a quien a veces llamaba Félix y otras Felices:

-       ¿No os sentís fuera de época, de la sociedad jarrera, ajeno a los hechos que acontecen, en pocas palabras: preso de vuestra propia voluntad? ¿Acaso no es esto una cárcel impuesta por vos mismo? ¿Qué rédito se obtiene de tanta meditación y tanto rezo? ¿Quién responde? ¿Dónde está Dios cuando se le necesita y por qué permite tanta crueldad, tanta injusticia, tanto dolor en el mundo?... – y así fue desgranando la madeja endrina que invadía su corazón con todas las sombras y disquisiciones que albergaba desde que tenía conocimiento y conciencia, cuando era pastor, mientras el rebaño pacía en los montes de Berceo y él aprovechaba para interrogarse.

Felices se mantuvo callado durante varios minutos, como si estuviese rumiando aquella andanada de introspecciones que acababa de hacer públicas el buen Millán. 

-       ¿Preso, decís? Mirad qué cárcel me aprisiona: el cielo arriba. La tierra, de la que obtengo todo lo que necesito, bajo mis pies, hermosa; el aire como barrote y el tiempo como un aderezo innecesario. El paisaje indescriptible para solaz del espíritu y las necesidades mínimas que impone Natura y que me son fáciles de satisfacer al no exigirme bienes, ni propiedades, ni legados, ni lujos, ni pasiones, ni caprichos, ni ostentaciones. ¡Cuán poca materialidad mundana realmente es imprescindible! A solas hablo conmigo mismo y me respondo, acaso con asesoría divina, de tal manera que obtengo siempre certidumbre a mis demandas, las cuáles no están influenciadas por intereses sociales ni económicos. Y al cabo todo lo ajeno, todo lo exterior a mí mismo, me es superfluo, insustancial, prescindible. El silencio transmite sosiego y en el propósito de despojarme las vestiduras metafísicas que protegen, pero también marcan y encarcelan el espíritu, cada despertar me brinda un triunfo hacia la desnudez, hacia la esencia misma de mi persona…

El joven, treinta años menor, comenzó a asimilar la verdadera razón de aquella existencia tan plena en contra de lo que pareciese a primera vista, y fue tornando sus criterios desde el faro de las palabras del maestro hasta convertirse, en los tres años que vivieron juntos en los Riscos de Bilibio, en otro santo varón a la sombra de aquel hombre sencillo y tocado por el dedo de la providencia. 

Y al final se despidieron porque Millán entendió que debía comenzar otro camino, esta vez entre los hombres. Se sentía preparado y  capaz de ayudar a muchos semejantes con su descubrimiento interior, pues había aprendido de Felices que cada uno puede ser útil de muchas maneras y que todas son válidas si se ejercen con honestidad.

   

FIN

martes, 8 de marzo de 2022

PREMIO DE RELATO EN CASTROPOL


Cultura y Deporte Castropol culturaydeporte@castropol.es

13:46 (hace 4 horas)
para 
- Buenos días:
Nos ponemos en contacto con usted para notificarle que ha resultado  ganador del primer  premio en la categoría de adulto relatos breves con la obra titulada "Mi primera tutoría" en la II edición de carteles y relatos breves 8M = Igualdad del Ayuntamiento de Castropol.

Gracias por su participación y enhorabuena.

Un saludo.

jueves, 10 de febrero de 2022

FAMILIA NUMEROSA

FAMILIA NUMEROSA

Su cabeza se rige por reglas que no entendemos todavía. Por ejemplo, cuando llueve, si no queremos enfadarle, tenemos que caminar por la calle pisando charcos. Según él, hay que hacerlo para crear enormes olas -relativas- y evitar así que nos invadan los piratas –los piratas serán como hormigas, imagino- en su barco de juguete. Por lo visto los corsarios esperan a que llueva para navegar por el río y llevar a cabo sus tropelías. O cada vez que se le cae un diente, nos hace fabricarle otro idéntico al perdido y rellenar el hueco de la encía con miga prieta, de pan mojado. Además, para que se mantenga en su mandíbula, hay que sujetárselo con celofán para que las demás piezas dentales –dice- no se den cuenta de su ausencia, se pongan tristes y se caigan también como protesta. Conseguimos casi siempre cumplir sus expectativas, pero por contra pisar charcos nos acarrea unos catarros descomunales cada invierno y no conseguimos dejar de toser hasta la primavera. Y como el celofán no pega bien en la carne ni en el esmalte de las otras piezas, nos tememos que alguna noche se trague el diente falso mientras sueña, con el potencial riesgo de que se ahogue con el pan, con el adhesivo o con ambas prótesis simultáneamente.

Siempre lleva los zapatos desatados y muchas veces se pisa los cordones al andar y se procura un golpe morrocotudo contra el suelo, aunque sigue sin consentir solucionarlo porque argumenta que amarrarlos a sus pies equivaldría a romper la confianza mutua y que no le respetarían en adelante si tuviera que sujetarlos con una lazada o con un doble nudo para obligarlos a caminar bajo el mando de sus pies. Que eso no se hace con los amigos. Tiene teorías originales para todo y se distrae con una mosca, literalmente: si ve una no para de seguirla y deja cualquier cosa que esté haciendo para no perderla durante horas. Cuando hay más de una se le dispara la adrenalina porque no da abasto para perseguirlas y corre dislocado por los pasillos, cambiando de insecto cuando se cruzan. Si hay más de cinco  intervengo yo para evitar el caos y –sin que se dé cuenta- aplasto todas las que puedo contra los cristales o contra los azulejos para reducir las trayectorias. 

Pronto nos dimos cuenta de que no podía compararse con otros niños de su edad. Vivía dentro de una imaginación sin límites, desbordada a cada instante como una jarra de cerveza con espuma; una fantasía hiperactiva que lo llevaba más y más lejos de la realidad a cada momento y, esto, además de hacer muy difícil su educación y nuestra convivencia, le comportaba peligros imprevisibles en situaciones cotidianas. A los nueve años ya nos había roto más de diez jarrones golpeándolos con el palo del fregón, a modo de varita mágica, para convertirlos en elfos después de ver una película de Harry Potter e ir insistiendo con sus conjuros en intensidad sobre la cerámica, cada vez más iracundo, hasta sufrir ataques de ansiedad muy virulentos que le llevaban a herirse con las esquirlas si no estábamos al quite. Otra tarde le salvé la vida de milagro cuando, al entrar al baño, noté que estaba inmerso en la bañera y que no salía a la superficie. Lo agarré por los brazos y al recuperar el conocimiento dijo que llevaba treinta minutos bajo el agua y que había aprendido a respirar como Bob Esponja. Tuvimos que retirar los tapones de todos los recipientes susceptibles de almacenar líquido y nos adelantamos a cualquier posible tentación a su alcance con los enchufes y los medicamentos. Por supuesto, desde entonces, ya no le permitimos ver largometrajes de superhéroes, ni cualquier vídeo en el que intuyamos efectos especiales nocivos para su integridad.

A mí siempre me dice que tengo un ángel acróbata haciendo piruetas a mi alrededor y que por eso me despeino tanto, que son las plumas del custodio al rozarme el poco pelo que me queda las que lo descolocan y, mientras lo cuenta, sigue con los ojos las supuestas cabriolas del espíritu divino que merodea detrás de mi escasa cubierta capilar como si de verdad lo viese. A su madre le dice que le ha tocado un ángel bueno y obediente, al parecer menos circense que el mío. Por eso abusa un poco de él y le pide que le traiga los colores o las ceras de su habitación, aunque luego se desespera y le grita con vehemencia si considera que tarda mucho en regresar con el encargo, que siempre pasa. Parece que en sus alucinaciones también se cuelan monstruos y espíritus familiares que se prestan a sus juegos y le hacen caso, entregándose en la diversión hasta casi ignorarnos. Cuando consideramos que la actividad se le va de las manos porque se altera demasiado y entra en pánico, tenemos que zarandearle con fuerza para que reaccione y vuelva a nuestra dimensión. No es raro oírle hablar también con un compañero inexistente a quien llama hermano y su hermano imaginario se ha inventado a su vez a otro amigo imaginario que también debe ser hermano de ambos y, por ende, hijo mío; así que cuando vamos en el coche -mi mujer, ellos tres y yo, y eso que los ángeles no ocupan plaza en el vehículo- no cabe nadie más. En realidad, ya puestos a inventar, me parece mejor que sean tantos en su pandilla. Tiene múltiples ventajas: más opiniones, menos aburrimiento, se puede jugar a otras cosas y hay ofertas en algunos locales, aunque siempre me topo con empleados bordes y sin fantasía en las cadenas de hamburgueserías del payaso que no consienten en hacerme el descuento que anuncian en su publicidad… y eso que me he hecho -con la pasta prieta de miga de pan mojado que nos sobró del último diente, envuelta con papel celofán para que no se deshaga- un carnet chulísimo que nos acredita como familia numerosa.                                        

 

               FIN

viernes, 4 de febrero de 2022

PRIMER PREMIO DE RELATO "ALCOLEA"


FALLO DEL JURADO DEL II CERTAMEN DE RELATOS CORTOS ALCOLEA

El Jurado, en su reunión celebrada el día 30 de enero de 2022, ha resuelto conceder los siguientes galardones a los siguientes relatos, escogidos entre los 428 participantesPremio Alcolea, dotado con un diploma y un premio en metálico de 500 euros:


Relato: Familia Numerosa.



Autor: Esteban Torres Sagra. Úbeda, Jaén.


Finalista del Premio Alcolea, dotado con un diploma y una estancia de dos noches para dos personas en el Hostal Rural Un Lugar en La Mancha, en Villar de Cañas, con la máxima distinción hotelera de su categoría:


Relato: Pajarillos sin alas.


Autor: Alberto Romero Vallejo (pseudónimo Ventura Sánchez Serna). Cádiz.