IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA

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Iglesia de San Pablo (ÚBEDA)

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domingo, 27 de noviembre de 2016

FINALISTA EN PREMIO DE RELATO EN ALMORADÍ

El pasado viernes tuvo lugar la entrega de premios en Almoradí del XXVII certamen "VILLA DE ALMORADÍ". Resultó ganador Fernando UGEDA CALABUIG, y yo quedé finalista con mi relato "MI POBRE VIRTUDES" que presento a continuación.



MI POBRE VIRTUDES                

Me abraza un mastodonte que dice ser amigo mío.  “Que dice ser amigo mío” pero que yo no recuerdo en absoluto uncido a cualquier tiempo pasado. Me golpea la espalda con cariño incomprendido y mal casado con su fuerza. Me zarandea por los hombros como si estuviese ausente y las sacudidas sirvieran para devolverme el espíritu -o ahuyentarlo más- y estoy casi a punto de lanzarle un golpe defensivo a la entrepierna cuando ceja en su empeño y se retira lloriqueando, moqueando, suspirando… Su señora es menudísima, con un algo de gallina americana, y tiene las mejillas como un polo. Resalta cómicamente su inferioridad numérica ahora que los veo a los dos juntos de espaldas y -no sé la causa- pero aunque me empecino en imaginármelos desnudos en actitud íntima mientras enfilan la puerta, no soy capaz, es que no soy capaz de visionar la escena.
Incómodo por la ausencia de mi pobre Virtudes, o mejor, incómodo con su presencia, por su rigidez, sobrellevo las horas -desde que la encontré difunta- como flotando en un mar denso. Ella reposa a pocos pasos en un féretro que imita la caoba y nadie que se acerca la reconoce, como me ha pasado a mí cuando la he visto la primera vez. Todos los que se aproximan al féretro se miran asombrados. Nadie la reconoce y -sin palabras- se interrogan sobre su identidad. Como genuina consecuencia o reacción, se cercioran de no haberse equivocado de sepelio, que suele ocurrir con más frecuencia de la que admiten las estadísticas funerarias en estos tanatorios tan modernos, tan distintos, tan iguales. Al verme a mí no sé si se tranquilizan, o se intranquilizan, o piensan que yo también me he confundido de entierro y que todo es una charada. O que la muerta era mi amante y no mi mujer. O que yo no soy yo, en fin, llevo más de treinta horas despierto y yo soy de mucho dormir. Cuando elucubro y junto más de dos o tres suposiciones seguidas siempre desbarro, sin contar con los agravantes que hoy concurren.
Marcos –me dijo que se llamaba Marcos la primera vez que nos vimos- se dedica en cuerpo y alma a la nueva empresa que ha formado con Marisa, su pareja, la esteticién con experiencia pero sin trabajo desde hace meses. Marcos terminó Medicina hace dos años con notas mediocres y empleando algún año más de lo previsto, yendo a la Facultad cada mañana durante ocho o nueve, desayunando en la cantina, leyendo revistas especializadas, soñando con ser el mejor cirujano plástico al sur del Manzanares. “El paro a veces no respeta las horas invertidas y se ceba con los débiles”, me dijo como para convencerme o darme pena, antes de que firmase el contrato, aprobando el presupuesto. “Lo del MIR fue mala suerte”, me contó sin que yo le exigiera explicaciones. Y yo asentí pensando que hablaba de la estación espacial soviética, aunque sin entender el intríngulis de su afirmación ni comprender el gafe del dichoso proyecto ruso. Les surgió la idea una tarde de septiembre en la última terraza del otro verano: seis cervezas, poca tapa…al principio como broma, al principio; luego como posibilidad remotísima, como un hilo de luz en un túnel kilométrico. Finalmente se esculpió sobre un préstamo y una escritura hipotecaria la fantasía de aquella tarde de septiembre tomando cañas cerca del hipódromo, en una terraza. Mal aperitivo, bien se acuerda Marcos. Poca inversión y un campo inexplotado. “Makiya2”, no es que sea especialmente comercial el nombre, pero suena actual y no son caros, no son caros a la vista de lo que ofrecen a un marido inconsolable que no sabe negar a su partenaire un último capricho frívolo. Recuerdo lo obsesionada que estaba últimamente mi pobre Virtudes con el tema de la cirugía y las veces que yo le quité las ganas con mentiras piadosas. “Para qué más pecho, si a mí me gustas así, tontina” “¿Unos labios más carnosos? ¡Anda, anda, fíjate en esas actrices: Sus bocas parecen un desatascador de lavabos”. Y así le desaconsejaba yo cada mejora que ella me proponía venciendo su timidez.
Adela llora casi siempre, llora mucho. Cuando no hay necesidad de lágrimas ella las dona, espontánea. Este es su vicio y su virtud, por eso disfruta en los sepelios. Tiene un record de asistencias sin homologar por unas tasas que no pagó a la revista que las certifica, creo recordar en alguna conversación refrita que me viene a mientes. Otras mujeres provocan carcajadas con sus risas contagiosas y las llevan a la tele, a los programas de chismeo para que animen el cotarro. Ella hace llorar a todos los presentes con sus gemidos y sus gestos. Cobra setenta euros por velada y puede decirse que es la última plañidera de esta ciudad. A veces la reclaman desde latitudes distantes, pero ella no va porque su marido se duerme conduciendo y a lo mejor es peor el remedio que la enfermedad. Lleva hipando -otra especialidad suya paralela- cuarenta y seis minutos seguidos, aunque en realidad escucha a Carlos Herrera por el pinganillo que disimula bajo sus guedejas, sujetas con horquillas. Que conste que yo no la he contratado. Es un bolo altruista por su amistad con mi pobre Virtudes. Su exclusivo adiós. Pero en realidad, al ver el parecido, constato que se trata de la madre del médico y que por eso viene y que tal vez todo sea un complot familiar desde el principio para sacarme los cuartos y encumbrar la empresita.
Don Lorenzo es amigo, era amigo de mi señora. Su confesor, su párroco, su paño de lágrimas espirituales. También ha querido sumarse al duelo y también ha pensado que aquella mujer yacente no era parroquiana suya. Me conoce poco. Me reconforta con una bendición surrealista, no obstante. No tiene tiempo el hombre. Se disculpa pronto y hace mutis por el foro para cumplir con más visitas. Él oficiará el funeral esta tarde a las cinco. “Esta tarde a las cinco”, lo lleva en una agenda electrónica todo apuntado. Dicen que en Misa lee las lecturas desde una tablet, el muy moderno, y que ha instalado pantallas de plasma por todo su templo para que ningún feligrés se pierda detalle de los oficios.
Sin hijos las tardes se hacen pesadas y tediosas desde que perdimos el escozor de lo desconocido y la rutina prendió en las faldillas de una mesa. Yo soy todavía medio joven, medio viejo, medio calvo, medio gordo, medio hombre; aunque ahora no hay raya entre una cosa y la otra y sería capaz -eso cuchichean dos vecinas sentadas al fondo de la sala que se creen que no las oigo- a echarme en brazos de otra mujer así pasen cuatro o cinco lunas. Hablan como los indios, en lunas, no sé porqué. Y en realidad yo también pienso que soy capaz de liarme con alguien y tal vez en menos lunas de las que pronostican.
Siento a mi pobre Virtudes tan ajena que me avergüenza no experimentar nada por ella: Ni dolor, ni amor, ni nostalgia, ni pena, ni... La gente dice que el luto va por dentro, que soy muy fuerte, que todo sale al cabo de unos días… pero estoy aburrido de soportar los trámites de la concurrencia, de dar las gracias, de sobar las manos sudorosas, de besuquear las mejillas con colorete de señoras oblongas que se arremolinan a mi paso y me aconsejan todo tipo de remedios.
A lo lejos una nube negra se cierne sobre mi horizonte –lo debo haber leído en algún sitio, porque yo soy de frases más lacónicas- y avanza terrorífica a mi encuentro. Es la soledad y sí, me amedrenta, a qué negarlo.
No lamento la inversión -¿qué son mil quinientos euros hoy en día?- Sólo me dijeron que adecentarían a mi pobre Virtudes y yo pensé que la peinarían y la maquillarían un poco para contrarrestar la palidez que conlleva morirse. Jamás se me ocurrió pensar lo que han sido capaces de hacerle. Pero a lo hecho pecho. Sobre todo pecho, porque no han tenido otra ocurrencia que insertarle unas prótesis mamarias después de muerta, talla 110, y colocarle una mortaja con descote de gogó para que luzca su canalillo post mortem. Así que los amigos míos, verdes como támaras, que no han rezado nunca, hacen como que oran delante de la caja y están plantados ante ella más de cinco minutos, dudando de su necrofilia. Porque en los labios y debajo de los ojos le han inyectado silicona low cost también, de la que dura veinticuatro horas y luego se disuelve y deja peor la cara de lo que estaba antes, pero que es ideal para esta tesitura donde el luego no importa demasiado.
Así no parece mi cónyuge en absoluto, más bien parece una réplica barata de Pamela Anderson mi pobre Virtudes.  Y ahora que la miro sé que se ha cumplido su deseo de verse más guapa, más femenina, aunque sea un poco tarde. Y ahora que la miro y veo los resultados, a pesar del rigor mortis, sólo pienso en lo imbécil que fui todos estos años por desanimarla.   
                                                                      FIN.

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