VERSOS TELÚRICOS
Tus pámpanas, cortinas del olvido
en las que preservar nuestra inmanencia
del reto que el destino nos depara
a base de tesón y sacrificio,
teselas en vitrales artesanos
sobre la dulce sangre embriagadora
que se derrama en Cómpeta la Noche del Vino.
Tus raíces, las cabrias de la noche
que estrujan el terral que las sostiene
como sólo una madre abraza a un hijo
-colgado en el pretil de la paciencia-
con la intención de aunar las tradiciones
en un álbum con fotos familiares
que se prodiga en Cómpeta la Noche del Vino.
Y tu savia, el caldo del solsticio,
esa magia que todos los colonos
esparcieron en hileras sobre el páramo
para calmar sus ansias de infinito
y llevar tu alma hasta las tolvas
a forjar los futuros caprichosos
que se sueñan en Cómpeta la Noche del Vino.
Tus frutos asemejan planetarios,
gemelas miniaturas imperfectas,
cuando empieza a despuntar lo genuino,
como cuerpos celestes que se hilvanan
y cambian de color en cada envero
sobre una partitura de chicharras
por los campos de Cómpeta la Noche del Vino.
Tus cortezas, oscuras cicatrices
que se atan a la piel de tu secreto
cual conchas de tortugas vegetales
o pieles de guerreros no vencidos,
son medallas de dioses ancestrales
que las horas cincelan en silencio
por las calles de Cómpeta la Noche del Vino.
Tus ramas argumentan veleidades
disfrazadas de líquidos sonámbulos;
tus troncas escoliosis son del tiempo
que cuidan con caricias y con mimos
las yemas donde nacen tus promesas
de puños que se enervan contra el aire
sobre los cielos de Cómpeta la Noche del Vino.
Y tus tallos, sarmientos de ternura,
adolescentes mártires anónimos
que asumen el relevo de la especie
velando de una madre las rodillas
y, sirviendo de báculo a tu sombra,
complacen a los dioses del Olimpo
en ofrenda que alisa tus arrugas
con tu néctar en Cómpeta la Noche del Vino.
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