“La extraña pareja”
ha resultado el ganador del segundo premio (500 euros) del concurso promovido por el COFM, con motivo de su 125 aniversario, y en el que han participado 267 trabajos.
En la votación popular se han emitido 754 votos y tu relato ha obtenido 252, por lo que te damos la enhorabuena.
Próximamente comunicaremos los resultados finales a todos los colegiados, por lo que te pedimos que, hasta ese momento, mantengas la confidencialidad del resultado. La entrega del premio se llevará a cabo en un acto del que se informará más adelante.
Agradeciendo tu atención, recibe un cordial saludo.
LA EXTRAÑA PAREJA
PSEUDÓNIMO:
WALTER
El viejo boticario y el médico, quinto suyo,
¡qué pareja!: toda una vida compartiendo pueblo, a menos de cincuenta metros la
farmacia y la consulta. Una amistad de enemigos acérrimos o una enemistad de
amigos inseparables, según se mire. Los Jack Lemmon y Walter Matthau de
Villavieja. Desde niños compañeros de
juegos y rivalidades, peleas y reconciliaciones. Porfiaron por la misma mujer
casi al mismo tiempo en época de mocedad, aunque ninguno de los dos consiguió
sus plácemes en favor de un veterinario recién llegado, mucho más del agrado
femenino que aquellos dos viejóvenes de tan rancia estirpe.
Estudiaron en idéntica Universidad carreras
complementarias y volvieron al pueblo a ejercer, uno sustituyendo a su padre,
el doctor, y el otro quedándose con la vieja botica de su abuela. Y formaban un
tándem prodigioso, un tira y afloja continuo en todos los ámbitos, tanto en
política, como en influencia social, donde cada uno tenía sus acólitos, e
incluso en su pasión futbolera: en merengue y azulgrana revestidos sus
respectivos corazones.
Llegaron a pugnar como candidatos en unas
elecciones municipales, pero un tercero en disputa al final se llevó el gato al
agua, sí, el veterinario, quien -a pesar de ser forastero- estaba muy bien
considerado tras casarse con aquella mujer que fuese oscuro objeto de
deseo.
Lo que sí llevaban a gala, y en ello se
mostraron siempre irreprochables y dignos de distinción, era en el combate
contra las enfermedades y en la prevención de las epidemias. Sin contacto, se
complementaban y formaban un equipo sanitario único que mantenía por debajo de
la media provincial, muy por debajo, los índices de cualquier incidencia
infecciosa. Debía ser el pueblo de la región con mayor longevidad, y ello sin
duda era mérito conjunto, cada cuál en su ámbito respectivo, pues si un galeno
es fundamental en la lucha contra los gérmenes, no lo es menos el farmacéutico
en ese contacto diario con los vecinos y su asesoramiento en la dispensación de
fármacos.
Ambos quedaron sin emparejar porque actuaban un
poco como el perro del hortelano: se estorbaban, se ponían zancadillas, se
imposibilitaban la vida y siempre terminaban por aburrir a la damisela en
cuestión con sus chiquillerías continuas.
Les cuento la última: desde hace meses el médico
ha empeorado ostensiblemente su letra, mala de por sí desde que estudiaba, y lo
ha hecho adrede, lanzando así un órdago a la hermenéutica del boticario, quien
-sin haber cruzado palabra- ha comprendido el juego enseguida y ha aceptado el
envite. La mayoría de las recetas son intuidas más que interpretadas, pero a
ambos les divierten sobre manera estos retos silenciosos y absurdos.
Y así han estado hasta hoy mismo, cuando ha
llegado doña Filo con una nota manuscrita con la caligrafía del doctor, para
entregársela al de la copa de Higea con la serpiente. Nadie podía leer lo
escrito, ni intuirlo si quiera; pero él farmacéutico ha salido como una bala,
aun sabiendo que no iba a llegar a tiempo para salvar a su amigo.
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