IGLESIA DE SAN PABLO DE ÚBEDA

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Iglesia de San Pablo (ÚBEDA)

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sábado, 23 de abril de 2016

SEGUNDO PREMIO DE RELATO EN ÉCIJA

Foto con todos los premiados en las distinta categorías. 
Un enorme placer haber conocido personalmente a Juan Carlos Pérez López. 

Salón de actos repleto y coloquio final con alumnos del IES Nicolás Copérnico. Luego cena informal y charla distendida con los profesores del IES. Además el evento nos ha permitido reactivar una amistad que nunca se resiente por el paso del tiempo y conocer más a fondo la ciudad. Merece -y mucho- la pena visitar Écija.

El relato premiado se titula "NOTTHINGAN PRISA" y lo copio a continuación con el deseo de que alguien disfrute con su lectura:
NOTTINGHAN PRISA 

Marimar se retrasa. Como siempre, llega tarde: Es una costumbre de la que se jacta y con la que me humilla. A veces me la imagino llegando a tiempo al Nottinghan Prisa y perezoseando en los aledaños con tal de incurrir en la tardanza, con tal de socavar mi paciencia, como si estuviera haciéndome una prueba infinita de lealtad o de amor que pudiera medirse en unidades de espera. Quedamos a eso de las ocho, que quiere decir en román paladino “aesodelasocho”, concediendo esos quince minutos de cortesía que aconseja el protocolo y la experiencia. Sin embargo dan las nueve cuando suele presentarse, como si entendiera que habíamos quedado a “eso de las nueve”, o ella viviera en Zaragoza y yo en Arrecife y nos separara un huso, mil instantes, medio océano. No obstante, como cada moneda tiene dos caras y no hay mal que por bien no venga, asumo su defecto con total simpatía, casi con alborozo, hasta para escribir que si alguna vez la puntualidad adornara sus otros encantos creo que dejaría de salir con ella, porque mientras llega amenizo su demora tomando algo a mis anchas.

La rutina es eficiente y otorga a los sentidos una confianza difícil de explicar, una familiaridad íntima que serena los karmas o los ahuyenta, que atrae la armonía del universo a la barra de un bar, o aleja de nuestro espíritu las inquietudes en su sentido más peyorativo. Así, como todo me gusta, como cada bocado está como está, en cuanto llego y me aposento en la banqueta del Nottinghan, pido una tapa de cebollita y queso con una cerveza en su punto y empiezo a entrar en el mundo de los olores y de las sensaciones únicas, pues todos mis sentidos se colapsan y participan del miniágape. Charlo con el dueño, que aunque sé que es el dueño por la asiduidad de mis visitas, desconozco su nombre. Le pregunto el origen de las fotografías expuestas en las paredes y en las vitrinas y él se recrea en la suerte y entierra en mi imaginación semillas de historias y anécdotas que guardaba en un vivero inagotable. Otras veces yo solito las supongo y juego a adivinar el cómo y el cuándo de alguna reliquia, de algún sifón con cien años, o una botella de vino de cinco litros con denominación de origen, o una fotografía dedicada de Manolete no se sabe muy bien a quién, ni dónde.

Hago un gesto como si pujara en una subasta surrealista y al instante acaricio la espuma de otra caña, esta vez con la compañía de una patata rellena de atún y huevo. Prosigo mis entelequias. Organizo mis miedos. Disfruto las esencias y paladeo la comida con la fruición de un sibarita que colma sus expectativas. Pronto me paso al vino, cualquier vino enjundioso para mejor degustar una tapa mudéjar. Cuando uno pasa de la cerveza al vino algo ocurre en sus adentros, las células se olvidan sus citoplasmas, las fantasías cambian de registro, las conversaciones adquieren tonalidades litúrgicas y un abandono comedido de los sinsabores mundanos deja su hueco a los placeres minimalistas.

Otro ritmo se impone cuando llevo veinte minutos de espera y tres o cuatro vasos de esencia tinta. Me hablan mis fantasmas, que quieren apurar mi copa y relamer mi plato. Me dejo ir por los meandros en una balsa de roble. Así debe el éxtasis describirse cuando empieza en la garganta a aflorar sus principios, su experiencia mística. Al cabo solicito otro caldo y su compaña, una albardilla, cuyo mérito radica en aunar los puerros con el queso en matrimonio de conveniencia.

Tengo edad suficiente para discernir las bondades de un sistema y por ende sus deficiencias, así, mirando atrás, sopeso leyes y tradiciones que sobrevienen o desaparecen, que se ponen de moda o decaen sin estrépito en los cauces sociales. Valoro las cosas que nunca debieron abolirse y detesto las que tardaron demasiado en hacerlo. Sin embargo, a lo mejor me faltan algunos lustros todavía para llegar al pleno discernimiento y al apogeo de mi sabiduría, y arrastro una encrucijada que no permite decantarme sobre las grandes preguntas. Sobre lo que sí me pronuncio es sobre lo bueno que está el queso que ponen en el Nottingham, a pesar de que cuando vine, a eso de las ocho, casi no tenía hambre.

Este caldo es gasolina para el alma, qué matices, qué conjunción en boca, qué lágrima en el vidrio… qué pronto se acaba. Elevo el índice hacia el camarero como si fuese a preguntar al preparador de oposiciones y sólo necesito decir “otra ronda”, aunque el tono de mi voz me traiciona y casi me avergüenzo de su timbre como una soprano que ganguea en mitad de un aria. Dejo al albedrío del camarero la toma de muestras y adivino, cuando se acerca, un revuelto de bacalao que quita el hipo. Hago recuento de platillos para calcular las consumiciones.

Iba a decir que Marimar es pequeña, peluda, suave, tan blanda por fuera que se diría toda de algodón, que no tiene huesos, porque soy de Hispánicas de toda la vida y el de Moguer es para mí lo que Willy Wilder para Fernando Trueba, pero lo de peluda y la comparación con Platero no es un culmen del romanticismo precisamente y ella tal vez, de Ciencias puras, a lo mejor lo malinterpreta y no entiende el homenaje. Es pizpireta y graciosa, equilibrada y femenina y está en ese punto dorado entre la pubertad y la adolescencia, entre la insinuación y la sensualidad. No sé cuándo las niñas comienzan a ser mujeres, cuándo las mujeres dejan de ser niñas. No debe haber una frontera exacta entre ambos conceptos, porque el cuerpo, su desarrollo, sólo representa un síntoma, un paso más en el largo camino de la madurez. Hay niñas ostensiblemente voluptuosas: caderas desarrolladas, senos volumétricos, rasgos a los que el maquillaje otorga verbo suficiente y ademanes definitivos para afrontar tragedias. Hay mozas, al contrario, cuyos gestos se esconden en el perfil de una infanta, con cuerpos que no disparan mínimos deseos y pieles de durazno, mujeres que se esconden en una anatomía balbuciente. Por eso no se distinguen a simple vista y resulta tan complicado decidir si la vanidad de sus miradas es genuina o impostada, si sus coqueteos son un juego o una profesión de futuro, si acostarse con ellas es fruto de la seducción o hasta puede considerarse pederastia... Cuando estoy profundo estoy profundo y Marymar ni siquiera pertenece a ninguna de las definiciones anteriores: Es especial.

El reloj marca las horas pero sin gafas no veo el ángulo que forman sus manecillas, porque es un reloj sin números, muy de diseño, pero sin números y sin oscuridad, quiero decir sin luminiscencia para la luz, no, para la luz no, para la oscuridad. Yo solo me río de mi ocurrencia y acabo comprobando que son “menos cuarto” en la pared del reloj del Nottinghan, bueno en el reloj de la pared, quise decir. Casi mejor pido la cuenta y espero a Marimar en la calle, que será bueno que me dé el aire en las heridas del alma ¡Jesús, qué bonito! aunque yo creo que eso ya está escrito por San Juan de la Cruz o por Santa Teresa o por San Miguel… ¡hombre! ahora lo que me apetece es otra cerveza, una cañita con cerdito, el cerdito y la cañita hacen una buena parejita, digo en voz baja y la rima me produce una carcajada sonora e infantil que hace que me miren los clientes.

Al rato llega mi novia, preciosa, y cuando se acerca a mí se lo digo con énfasis: ¡Guaaaapa!, y he ido a besarla en los labios como saludo de bienvenida y símbolo de que no le guardo rencor por sus demoras, pero resulta que no es ella y la moza me responde un impoprerio, un propimperio, bueno que me llama imbécil y pasa de largo. Quisiera ir al servicio a refrescarme un poco porque me estoy poniendo espeso, pero no encuentro el taburete para poder bajarme e ir al piscolabis, que no sé si será sinónimo de retrato, digo de retrete, y no encuentro el taburete, -cuando me salen las rimas….- debajo de mí porque resulta que hace un rato que estoy de pie, de pie al lado del taburete justo desde que he piropeado a la muchacha, que es clavada a mi Marimar, ¡le va a hacer una gracia cuando se lo cuente!.  

Decido ahogar mi ridículo con otro vino, esta vez con pollo al curry, y para ahogar algo, no sé porqué será, la mejor manera es aligerar la ingesta, por lo que casi antes de que me la sirvan insto: - ¡Chssst, camadedo, ponme otra donda, ésta con ensalarusilla!- hallazgo de vocabulario o neologismo que no hace mucha mella en el camarero. Entonces suena un móvil cerca de mí con la música más hortera que recuerdo y a los dos minutos o así noto que la concurrencia, que a esta hora ya es notable, me clava la mirada sin demasiado disimulo y sin venir a cuento, hasta que alguien me hace el gesto de llevarse la mano a la oreja insistentemente, como si el móvil fuera mío…que lo es, y entonces me acuerdo del cabr… de mi sobrinillo que ha estado jugando a los marcianos y me ha debido cambiar la melodía. Debe ser Marimar, que no encuentra aparcamiento, porque miro el pared de la reloj y señala unas insultantes nueve y veinte para mi ego impaciente. Descuelgo con un ¡dime, cariño!, que debe sonar a exceso de confianza a la operadora, quien al otro lado de la línea me ofrece el plan ballena veinticuatro por dos, y comienza a describir sus bondades dirigiéndose a mí como señor Francisco en todo momento, incluso cuando sigo llamándola Marimar y le recrimino su tardanza, pues entre su acento caribeño, el ruido del bar y mi sordera incipiente he atribuido su voz a la de mi novia, un tanto confuso por su trato frío y lo de señor Francisco, máxime cuando ella siempre me llama Paquito. Por fin descubro la suplantación de la identidad y le digo que bueno, que me apunte al plan veintidós ballenas por cuatro, aunque no tengo ni pajolera idea de lo que significa, pero que de ninguna manera pienso contestar al test de calidad que culmina la conferencia. “Conferencia” otro término en desuso que acabo de rescatar en esta tarde noche gloriosa para la lírica. Cuelgo y le cuento mi confusión a un señor que está a mi derecha acompañado de su madre, tomando unas raciones de “cocretas” y papas con mojo, lo que pasa es que el señor no está demasiado interesado en mis civisitudes, tisivizudes, visitucides o como se diga, en fin, que casi prefiero contárselo a su madre, una madre siempre es más comprensiva, aunque la señora casi se atraganta con una papa cuando me he dirigido a ella­: ¡Señora, su hijo no me entiende…! Han pedido la cuenta sin terminar las consumiciones y se han despedido un tanto groseramente, sobre todo el hijo con un “¡No es mi madre, idiota, es mi esposa!”, a lo que yo he añadido “pues ustedes disculpen por la suposición, pero ella aparenta por lo menos veinte años más que usted…”  

Mientras pido otro tinto y su correspondiente montadito de jamón, busco en la agenda del teléfono el número de Marimar, porque ya me está preocupando, cuando el relod de parej alcanza las y media. Las cinco primeras llamadas se agotan sin que nadie descuelgue, por lo que mi desasosiego se incrementa. Compruebo la cobertura, la batería del instrumento y el nombre de mi chica, pero no hay error en ninguno de los tres elementos y sigue sin haber nadie al otro lado de mi fantasía. Pienso en algún accidente de tráfico y me imagino a Marimar inconsciente, tirada en la acera, y mi congoja supera el límite de la serenidad. Comienzo a llorar aferrado al aparato hasta que se acaba el tono de la décima llamada con resultado idéntico al de sus hermanas mayores. Entonces el dueño, que sigo sin saber cómo se llama a pesar de mi asiduidad y de su trato, con voz queda, me cita en un aparte y me dice: ¡Venga, Paco, te llamo un taxi y vete para casita, ¿es que no lo vas a superar nunca? Desde que te dejó Marimar, todas las noches haces lo mismo!
A lo que yo le respondo lo buena persona que es y que, aunque no sepa su nombre, es mi mejor amigo con diferencia, lo abrazo y le doy dos besos –uno por mejilla- y le comento que algún día, no muy lejano, lo voy a conseguir…voy a conseguir terminar el circuito, probar todas las tapas del cartel: Hoy sólo me han faltado “la tontilla de bamgas” y las “cocletas”.


Fin

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