SILENCIOS SONOROS.
Las voces provienen de gritos apagados
-ascuas de una lumbre encendida en otro tiempo-
y hay silencios que refrescan las terrazas con su grifo.
Se suceden los metales de sus hijos y las ruecas:
sus hijos se encaraman en artilugios velocípedos
que equilibran el tedio con las horas de la siesta;
las ruecas sobreponen hilaturas nostálgicas
a la mugre que esparce su aritmética de siglos.
Se alternan dinteles y escayolas con estucos;
techos altos, donde anida el numen,
con portales que beben del barroco
y velan por el honor de su excelencia
a pesar de la decoración minimalista.
A la humedad se le dibujan arbotantes egregios
sobre el rodapié, fiscal de la escalera,
y sólo una cucaracha, cruzando al fondo del pasillo,
le da al recibidor un toque irreverente de prosodia.
La estancia no llega a ser palacio por muy poco
pero sientes el privilegio de las lámparas regias
y los angelotes que decoran las repisas
queriéndote contar algún secreto.
¡Ah! y hay un aire de gélidas venganzas
en el hedor mundano de las cañerías,
como queriendo recordar episodios vulgares
e impregnar su odio en el cliente más obsceno
por hechos que sucedieron -o sucederían-
cuando los antiguos dueños aún ostentaban
el orgullo de una estirpe sin memoria.
el orgullo de una estirpe sin memoria.
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