AXIOMAS PARA DESCREER
Los dioses no se ocupan de nosotros...
Tal vez sí de la armonía y los grandes eventos,
como mantener en regla las constelaciones
o las mecánicas inverosímiles del clima;
establecer los turnos de los días y las noches
en orden riguroso;
las estaciones, los ciclos, las mareas,
las trayectorias de los cometas en la Vía Láctea
o que los satélites se mantengan fieles a una órbita
alrededor de sus planetas.
Desplegar cordilleras en sitios que no estorben,
ordenar que llueva donde y cuanto quieran,
hacer que crezcan árboles y heliotropos,
orientar a los ríos en su deriva,
repintar las estrellas con una mano de azogue
o aplacar las tormentas que padecen migrañas.
Los dioses, sin embargo, no se ocupan
de cosas pequeñas...
por ejemplo, de las tristezas cotidianas,
esos tiernos sinsabores que nos minan
la alegría a cada hora
como castores microscópicos
en las albuferas del alma.
Ni nos evitan las dependencias fisiológicas:
el hambre, los pujos, el olor de las cloacas...
los acopios de grasa en los sitios importunos,
el sudor en las axilas;
las confrontaciones con las pérdidas sensibles
que nadie apunta:
la muerte de una flor,
el atropello de un galgo,
una torcedura estúpida,
una fiebre extemporánea,
un análisis que duele...
los desengaños,
el peso de las bolsas con comida,
la fea costumbre de volvernos decrépitos
en apenas unos lustros,
el color impertinente del azafrán en los párpados,
los desprendimientos de retina,
los talones agrietados,
las uñas que se atascan en su mutis,
los ratos que se desperdician en colas obsoletas
por livianos cometidos,
las tareas crónicas que colapsan con segundos sin historia
la cuenta diaria de nuestras veleidades...
Por eso… ya no creo en la omnipotencia.
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