Un auténtico placer recibir el premio de relato
"HELÉNIDES DE SALAMINA"
por mi texto
"LA BURBUJA"
en Casar de Cáceres
el pasado sábado 28 de abril.
LA BURBUJA.
Todo empezó cuando Ekall
eligió un sitio a las afueras del poblado, allende las palmeras centenarias,
para erigir la cabaña de sus sueños. Estaba alejado del centro, la verdad, a unos doscientos pies más o menos grandes de
donde vivía el jefe de la tribu, Kimyo, que significa “Ki Mando Yo”, pero con
el carro-taxi tirado por un cebú que hace de transporte público, se podía
tardar, como mucho, un par de minutos en el viaje. Así que no le dio
importancia al asunto de la lejanía y comenzó a talar bambúes y pimpollos de
sicomoro para enjaretar el primer armazón de su vivienda, algo arcaica y sin
excesos, ya que a pesar de la tasa de paro de la aldea, que rondaba el seis por
ciento según la última EPA (Encuesta de Población nAtiva), pues a Basir le
mordió una hiena en el calcañar y estaba de baja con un parte del curandero y
Kambusi sufría intoxicación por comerse el intestino descompuesto de un
lagarto, la cosa podía ir a peor si las gacelas tomaban las de Villadiego y se
iban buscando pastos más septentrionales, o los barbos con rayas lilas, especie
endémica, sufrían otra epidemia de moquillo y fenecían a cientos, como el año
de marras. Por eso Ekall se autoimpuso la austeridad como norma.
El
lugar tenía vistas a la selva desde su pequeña atalaya, y por el otro lado a la
zona de expansión natural, en la que tenía proyectado construir Nueme, en un
futuro próximo, un cobertizo para que durmieran sus suegros y evitar los
ronquidos en sus esporádicas visitas, a modo de incipiente motel de carretera:
con agua corriente, (estaba al lado del arroyo), camas ecológicas de uno
cincuenta por cinco pasos (de hojas de palmera) y otros lujos, como paja
arrocera en el suelo y asientos de tronco forrados de leopardo, con pieles de
antes de que su esposa se hiciese
ecologista.
La casa, orientada hacia el
sur, llamaba la atención de los vecinos, que hasta entonces no habían reparado
en la idoneidad del sitio para construir. Y a medida que progresaba su
rudimentaria arquitectura iba siendo la envidia de cualquiera. Por eso el hijo
del jefe Kimyo, pidió a su padre que se la regalase como dote para sus próximas
nupcias. Ekall se enteró por los rumores del interés del cacique por su choza y
se negó en rotundo a cambiarla por dos cabras, un avestruz enano y una vieja
chimpancé instruida para espantar a las zarigüeyas. Sin embargo, se dejó caer
por sus inmediaciones el taimado Komi, que en el idioma ancestral quiere decir
“El Que Va A Komisión” y le explicó lo provechoso que podía resultarle aquel
trato si le exigía también al comprador que le nombrase miembro del Consejo de
Ancianos, no en balde Ekall rondaba ya los veinticinco, y que le hiciese el
encargado del PGOU, es decir, “el que
autoriza edificar en los solares públicos y convierte los parques de jirafas en
centros comerciales para el trueque y en campos donde practicar el lanzamiento
de ubres de búfala rellenos de estiércol, el deporte local por excelencia”. El precio final, con la intermediación de
Komi, superó con diferencia las previsiones más optimistas del vendedor y la
gente del poblado se llevaba las manos a la cabeza al enterarse del mismo, pues
nadie entendía cómo podía pagarse aquel capital por una vivienda en las
afueras. Kimyo tuvo que pedir un préstamo a Bhotyn que significa “El Que De
Verdad Manda”. Le prestó tres carneros de Antioquía a devolver en cien lunas,
con el incremento de dos perdices australes cada siete, por lo que el jefe tuvo
que trabajar por las noches en un espectáculo tribal en las turísticas ciudades
próximas de Ben y Dorm para afrontar su compromiso.
Ekall
convenció a su amigo de la infancia, Seoane, para que se asociara con él en el
negocio inmobiliario. Debía aportar su búfalo dócil y el carro de cañas, con
sus atalajes correspondientes, a la empresa común. Pronto comenzaron a
desbrozar la selva de la parte norte para levantar tres pequeñas residencias,
las cuáles vendieron sobre plano (de papiro) antes de comenzar a edificarlas,
con lo que sacaron veinte cerdos de cría, trece gallinas de Borneo, nueve cabras
de pelo rojo y un íbice, que no servía para nada. Tuvieron que contratar a
cuatro niños de seis años para que cuidaran del ganado y a dos hombres fuertes
para poder entregar las viviendas en el plazo previsto.
Su
siguiente proyecto encontró la oposición del Consejo de Ancianos, porque, entre
otras cosas, debían desviar el curso del riachuelo que abastecía a Kombeze, su
aldea, la aldea que estaba creciendo más en aquella estación seca que en las
diez últimas. Regalaron una cerda preñada al jefe Kimyo, que se puso de su
parte de inmediato y convenció a la Asamblea de la conveniencia para la
artesanía y el comercio locales de aquella obra. Hubo que adiestrar dos
elefantes para acometer el trasvase y transportar madera. Seoane tuvo la idea
de ahorrar materiales en las nuevas urbanizaciones y logró casi un treinta por
ciento menos de gasto, con lo que el beneficio sería mayor, aunque las
estructuras más enclenques, pero nadie lo notaría, a no ser que se moviera la
Tierra por un enfado del Dios Sismo. Fueron quince bungalows adosados con
vistas a un pequeño lago artificial poblado de flamencos, grullas coronadas y
algunas gallinetas, y a un campo de lanzamiento de ubres, por lo que todos los
hacendados de la tribu quisieron disponer de una segunda vivienda en propiedad
en aquel paraíso. Ya contaban con veinte hombres trabajando a turnos. Tuvieron
que venir de otras aldeas oficiales y peones, que para ahorrarse el desacarreo
de dos horas andando cada mañana y cada tarde, comenzaron a interesarse por las
viviendas de segunda mano, las que quedaban libres tras adquirir sus
propietarios una nueva, por lo que este mercado supuso un nuevo empuje para la
economía local. Poco a poco los sueldos subieron en la construcción hasta casi
lo inconfesable, por lo que los pescadores de barbos con rayas lilas, la
especie endémica, y los cazadores de gacelas fueron aprendiendo el oficio e
incorporándose a la nómina de EKASESA, la empresa original: EKAll y SEoane, Siempre Amigos. La
prosperidad se instaló en Kombeze y como había muchos semovientes para el
canje, se disparó la demanda de los servicios y, arrastrados por ella, los
precios de todo. Bhotyn alquiló una céntrica cabaña como sede central de su BANKO,
que así se bautizó en suajiri a este modo novedoso de hacer fortuna y que viene
a significar “Beneficiarse A Nuestra KOsta. Pronto no quedó nadie que no se
hubiese comprometido con un préstamo de 200 ó 300 lunas en todo el valle del
río Oouala.
Al
brillo de las finanzas, las nuevas construcciones constaban de dos alturas,
dejando la planta de abajo como local en alquiler para los comerciantes y
artesanos que llegaron de otros pueblos menos prósperos y que estaban
dispuestos a pagar una piel curtida de castor o el hígado de un armadillo cada
luna. Se conformó un sistema casi perfecto en el que los elementos de trueque
más codiciados, como las cabras de leche rojas y los colmillos de rata
almizclera, circulaban de mano en mano a velocidad de vértigo. La propia
compañía de Ekall advirtió la necesidad de las gentes de gastar sus fungibles
en cualquier sibaritismo y probó con una casa de comidas, donde se servía a
diario solomillo de antílope al aroma del marsupial sobre cama de frutas
caramelizadas, o criadillas de rinoceronte negro aliñadas con hierbas
aromáticas y virutas de coco, siendo el jefe de cocina un viejo caníbal
reconvertido, con mucha experiencia en la preparación de la carne, de una tribu
casi desaparecida. En vista de su éxito y de su lleno casi diario, los
dirigentes de EKASESA abrieron también un concesionario de potentes cebras
mansas, para los potentados, y de burritos pigmeos, para sus señoras, pensados
para pequeños desplazamientos en el casco urbano y fáciles de aparcar, ambos
con aguaderas grandes para cargar las compras del ultramarino y que consumían
solamente un par de zanahorias crudas y un
balde de agua cada mil metros. En muchas casas se contrató a una o dos
internas, muchas sin derecho a curandero ni a pócimas, que se encargaban de las
tareas domésticas y liberaban a las dueñas de quehaceres. Eran chicas venidas
de aldeas más pobres que debían permitir que las explotasen laboralmente para
poder subsistir, porque la mayoría ni hablaban siquiera este dialecto. El
Consejo de Ancianos multiplicó su actividad y convocó cuatro plazas de
administración para poder documentar mejor sus presupuestos en las Asambleas
con números pintados sobre papiros con sangre de oso hormiguero.
Así transcurrieron muchas lunas bajo el sol de
Kombeze. Ekall no sabía a ciencia cierta ni cuántas personas trabajaban para
él, ni los bienes que poseía, aunque se cuidó bien de ocultarlos a los ojos de
la Asamblea, por consejo de Komi, para no pagar el estipendio acordado,
llevándose los mismos a la ciudad fronteriza de Shuizá, donde le estaba
permitido acumular más y más riqueza sin tener que colaborar en las fiestas
tribales del mes séptimo, ni en la poda de los baobats municipales, ni en la
comida de la red de cebúes públicos, ni en socorrer a los que no podían
trabajar por alguna lesión o accidente sobrevenido trabajando para él, o a los
viejos y viudas que quedaban desamparados repentinamente. Bhotyn publicitaba su
BANKO y otorgaba préstamos sin ton ni son, dejándose llevar por la vorágine de
aquella sociedad consumista y desarrollada a la que no la conminaban los
importes abusivos de los servicios y los bienes. Ahora estaba permitido pagar
hasta en 600 lunas, y la gente se proveyó de los adelantos técnicos más
novedosos, aunque tuvieron que trabajar de sol a sol para juntar los intereses
que debían. Otros siguieron los pasos de Seoane y Ekall y emprendieron
asociaciones semejantes, por lo que se llegaron a construir en la aldea hasta
tres campos de lanzamiento de ubres de búfala rellenos de estiércol, ahora
perfumado, y más de cuarenta casas entre cada dos estaciones de lluvias, lo cual
quintuplicaba las necesidades reales de aquella población que no se veía harta
de acumular inmuebles y de agrandar sus deudas. El brujo quiso advertir desde
su cubículo del riesgo que corrían, agravado por el abandono de las actividades
tradicionales de la aldea, menos lucrativas pero más necesarias, como la caza
de gacelas y la pesca del barbo con rayas lilas, la especie endémica, pero nadie parecía oírle y le tildaban de
viejo loco, desfasado y antisistema.
Un
empleado del BANKO pidió ver a Bhotyn una mañana del mes quinto, cuando el celo
de los mandriles se desacerba y no dejan dormir a nadie con sus gritos de
cortejo. En una revisión rutinaria de las cuentas había descubierto que Moró
Soo no pagaba su deuda a tiempo, a lo que llamó “morosidad” en su honor, pues,
a pesar de trabajar sin descanso, la subida de intereses acordada en la última
reunión se le había incrementado la cuota a niveles inasumibles. La mujer que
limpiaba el bambú del despacho de Bhotyn, llamada Karme Le, que significa “La
Que Gusta Del Chisme”, oyó la conversación y vio la cara de circunstancias de
su jefe, que no podía broncearse más porque era de mucha melanina, y corrió a
airear la noticia, magnificándola, por los mentideros del poblado. El pánico se
apoderó de los poderosos, al pensar que aquella señal negativa podía afectarles
a ellos, por lo que al instante pusieron en venta las casas que habían comprado
como inversiones, y muchos artesanos y comerciantes previeron nubarrones y
dificultades, confirmados pronto, cuando los de la tribu bajaron drásticamente
sus gastos en espera de mejores tiempos. Los que no tenían locales propios
decidieron cerrar sus tiendas, y por tanto ahorrarse el arrendamiento, con lo
que los dueños de los bajos sufrieron una merma considerable de sus rentas, las
cuales dedicaban al pago de los préstamos con los que compraron más locales.
Por ello también los poderosos con cuantía de bienes inmuebles pero sin
liquidez, se vieron en la necesidad de renegociar sus deudas con el BANKO, que
se negó en redondo al contemplar el negro panorama. El abastecimiento de
zanahorias comenzó a ser parco, pues la gente comenzó a ir andando a todos
sitios para ahorrar mantenimiento en los medios de transporte y muchos pusieron
a la venta sus cebras y sus burritos pigmeos de segunda mano. EKASESA advirtió
que no iba a poder vender las promociones que estaba construyendo ante la caída
del consumo, por lo que decidió suspender las obras hasta nuevo aviso, dejando
sin trabajo y sin cobrar a los sesenta y cinco empleados directos, que a su
vez, al quedarse en paro, no pudieron hacer frente a los pagos comprometidos en
las próximas lunas. Hubo que dar descanso a los cocineros de la casa de comida
en vista de que nadie iba a yantar desde el comienzo de la Krisis, que
significa “Mal Va La Cosa”, pero que al principio se llamó “ajuste coyuntural”
o “burbuja inmobiliaria” por el portavoz del Consejo de Ancianos. Quedaron sin
empleo los cazadores de antílopes y de rinocerontes negros, y los recolectores
de hierbas aromáticas, y los que endulzaban la fruta. A la casa de huéspedes de
Nueme no venía nadie, por lo que la hostelería también se sumó a la Krisis del
“ladrillo”, palabra extranjera usada para designar el conjunto de elementos que
intervienen en la construcción de una vivienda de ramas. La Encuesta de
Población Nativa arrojaba los datos más pesimistas que se recuerdan en Kombeze.
Se dijo que los reajustes iban a durar veinte lunas y luego que cincuenta y
después que cien, pero Ekall y Seoane desaparecieron con sus familias mucho antes
sin que nadie sepa adónde fueron, aunque se sospecha que viven en Shuizá, a
veinte lunas de aquí.
En
Kombeze rige la desolación y triunfan los presagios agoreros. El brujo ha
fundado un partido político alternativo que cada vez tiene más adeptos. Amenaza
la hambruna a los sectores más desfavorecidos del entramado social y las hordas
de hombres, sin nada que hacer, aburridos de buscar trabajo y de presentar
currículum en los poblados vecinos, se pasan los lunes al sol.
FIN