PRIMER PREMIO A MI POEMA
"PROBLEMAS PERMANENTES CON EL VADO"
Lo nuestro no podía durar
más de lo que dura un espejismo:
tu amor no tenía vado permanente
y yo no quise seguir en doble fila,
acumulando multas al desaire,
debajo de tu falda por más tiempo.
Te seducían las estrofas conceptistas
y constreñir las ideas hasta la hipérbole;
mientras, Góngora obnubilaba mis sentidos
con sus palabras sonoras, baluartes del barroco,
gustándose al reescribir lo que se siente
cuando una piedra rompe al ser lanzada
el diáfano cristal de un sentimiento.
Tú amabas los solos de trompeta,
notas indómitas, el jazz que improvisa
siempre en el alma un algo frívolo y eterno,
un matiz inapreciable,
un gemido de saxo con su dolor inverosímil,
un do de trompeta que barrita
con la fuerza de cien elefantes amaestrados
y luego se desvanece en un instante,
y solo deja trazas de su breve magisterio
en los oídos más adictos y sensibles;
yo, en cambio, soñaba eternidades filarmónicas,
los movimientos a compás de cien violines,
clarinetes, trompas, oboes, contrabajos…
al escuchar música de orquesta,
en una coreografía exacta en su conjunto,
con perfección acústica, casi matemática.
Yo era de Wagner. Tú de Verdi.
No podías vivir sin microondas
y a mí me extasiaban los pucheros.
Querías disfrutar a toda prisa
tu loca juventud de rascacielos
en ciento cuarenta caracteres por minuto,
abrir nuestras intimidades en las redes
a una caterva de anónimos amigos
-imaginarios casi todos-
como si el amor fuese una tienda de modelos
que necesitara escaparates;
en tanto, yo me inventaba alguna excusa
para escribir tratados de paciencia
observando la cúpula del tiempo
bajo la vieja catenaria de una encina,
en mi olivetti desfasada,
con una taza de ti al alcance de mi mano
como único argumento.
Yo soy de películas antiguas
en la que los galanes se insinúan
en las fiestas a las damas elegantes.
Tú no soportas nada de otro siglo:
sólo te atraen los muertos que reviven
y los vampiros con ropa Calvin Klane
persiguiendo a jovencitas malhabladas
por un campus futurista y desolado.
Mis discos de vinilo te provocan ictericia.
Amancio Prada te suena a marca de vaqueros.
Para que no vomites oyendo a Mocedades
necesitas tomarte un par de biodraminas.
Mientras yo degusto, en copa mágnum,
un coñac con más años que tus trenzas,
un gran reserva indescriptible
o un güisqui con más solera que tu olvido;
tú, con su sal correspondiente y sus limones,
sin apenas paladear las bocanadas,
te bebes los chupitos de tequila
solo para sentir lo más rápido posible
el alcohol incendiando tus latidos.
Lo nuestro no podía durar
más de lo que dura un epitafio:
tu amor no tenía seguro de accidentes
y yo quise sofocar mis hemorragias
cosiéndome a solas las heridas,
esos roces que causaste en mi pintura
-mientras estaba aparcado en doble fila-
porque no tenías vado permanente.